Hoy se debate si corresponde o no a hablar de reconciliación nacional. Hay quienes se oponen pues consideran que la voz reconciliación tiene una connotación religiosa difícil de aceptar en el espacio público de una sociedad secular.Más aún si la restauración de la armonía entre los chilenos pasa por el perdón que homologan con el olvido y con la renuncia al derecho que tiene la sociedad a castigar al victimario.
Otros creen que en la medida en que la reconciliación incluya el perdón, debe desecharse por la eventual e inaceptable coerción que significa contra las víctimas, quienes ahora serían culpables de no querer perdonar, dejándose conducir por un sordo resentimiento y afán de venganza, lo que impediría que el país supere “las odiosidades del pasado”.
¿Qué podemos decir? Que el perdón no supone ni olvido ni implica necesariamente renunciar al castigo del victimario. Sin perdón, no habrá acción política poderosa entre los chilenos y las chilenas.
Respecto de la reconciliación y el perdón las religiones son bastante plurales.
Veamos tres ejemplos: cristianos, judíos y budistas. Muchos identifican el cristianismo como la religión del perdón incondicional. Se nos vienen a la memoria eso de poner la otra mejilla, el orar por los que te persiguen, el amar a los enemigos, el entregar la capa a quien te demanda la camisa o el perdonar setenta veces siete.
Incluso se homologa perdonar con olvidar, pues Jesús pidió que los muertos fueran enterrados por los muertos, pues no se debía poner la mano en el arado para mirar atrás y quedar como estatuas de sal, obsesionados con el pasado. Pero Jesús pide perdonar a quienes a “nosotros” agreden, del mismo modo que en el Padre Nuestro se reza “perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
No se trata de andar perdonando por otros, ni de exigirles a los ofendidos que perdonen.
Además, hay ciertos pecados contra el Espíritu Santo que son imperdonables (Marcos 3:29) y otros que de haberlos cometido más nos vale ponernos una piedra en el cuello y lanzarnos al mar (Lucas 17:2).
El perdón no deroga el mandato de resistirse al mal con el bien; por el contrario.Tampoco el perdón cristiano impone la amnesia, pues si así fuese llegará el día en que se cometan atrocidades aún peores por haberlas olvidado, y lejos de desterrar el mal, trabajaremos para su propagación. Si una misma persona me ha robado tres veces, es bastante tonto, injusto e imprudente, perdonarla para volver a ser engañado por ella.
¿Qué decir del budismo y su ética supra terrenal? El Dalai Lama, en un diálogo con Simón Wiensenthal, el gran justiciero en contra de los asesinos nazis, ha dicho que se debería perdonar a quienes han cometido atrocidades contra la humanidad. Y agrega que ello lo hace una práctica personal respecto de la invasión china que él calcula ha producido la muerte de un millón doscientos mil tibetanos desde 1949 (un cuarto de la población de su país).
Pero eso no le impide seguir luchando por mantener viva la cultura budista de la no violencia y la piedad. (Uno se siente tentado en decir que gracias a personas como el Dalai Lama, el budismo seguirá siendo una tradición poderosa, no débil).
Por el contrario, hay ciertas corrientes del judaísmo que señalan que el perdón no procedería en ciertos casos, porque ni el mismo Dios puede perdonar mientras el victimario no se arrepienta y pida perdón. Por ello, hay delitos que son imposibles de perdonar, pues los asesinados no lo pueden otorgar.
De las reflexiones anteriores podemos primero llamar a teólogos, filósofos y psicólogos a participar en este debate de la mayor importancia personal, familiar y política para todos los chilenos y chilenas.Soy de los que creen que las religiones pueden y deben aportar mucho en las sociedades seculares. Esta es una demostración de ello.
Lo segundo es recordar que de acuerdo al actual Derecho Internacional perdonar no puede significar el olvido ni la renuncia a castigar cuando se trata de delitos de lesa humanidad cometidos por agentes del Estado, pues aquí sólo cabe evitar la impunidad. Se trata de delitos que no se pueden amnistiar.
En tercer lugar, el perdón puede concebirse como la renuncia al odio y al rencor; pero sin olvidar el pasado, sin derogar los crímenes, ni faltar a la fidelidad con las víctimas.
Algunos han perdonado, renunciando al derecho a pedir castigo, como Anita Fresno y Bernardo Leigthon. Otros, como los familiares de detenidos desaparecidos, buscan incansablemente justicia y castigo penal, pero sin pedir contra los victimarios el mismo trato que recibieron sus deudos, renunciando al “ojo por ojo, diente por diente”.
Ambos son ejemplos del perdón como la renuncia al odio. Para luchar contra el mal, no necesitamos odiarlo. Para recordar el pasado, no necesitamos de la ira.
Finalmente, sin pedir y dar el perdón no hay acción política poderosa. Como ha dicho Hannah Arendt, judía víctima de la persecución nacional socialista, “sin ser perdonados, liberados de las consecuencias de lo que hemos hecho, nuestra capacidad para actuar quedaría, por decirlo así, confinada a un solo acto del que nunca podríamos recobrarnos; seríamos para siempre las víctimas de sus consecuencias, semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula mágica para romper el hechizo”.
Sin pedir y obtener el perdón por la responsabilidad política que nos cabe a los chilenos y chilenas -de derecha, centro e izquierda- en el quiebre de la democracia y sin la promesa de que nunca más volveremos a usar la violencia ni violar los derechos humanos para dirimir nuestros conflictos políticos, no podremos actuar en conjunto de la manera como necesitamos y debemos hacerlo.
Por ello, la reconciliación, hecha de perdón y de la promesa del “nunca más”, es la base de la acción poderosa que necesita Chile para realizar una política de gran envergadura que lo lleve a la paz fundada en la justicia.