El mandato presidencial de Sebastián Pinera no fue capaz de unir a sus fuerzas de apoyo, por el contrario, las dividió profundamente, abriendo una etapa verdaderamente inmanejable en la relación entre sus diversos grupos, líderes o partidos. Esta crisis de la derecha chilena tiene variados factores, entre ellos.
- Una dimensión ética por su incapacidad de asumir la responsabilidad que le cabe por su rol dirigente en un régimen dictatorial que violó sistemática e institucionalmente los Derechos Humanos en nuestro país.
-Una dimensión política por los antagonismos que de manera irreductible la dividen, como pocas veces en su historia, generándose una pugna sin cuartel por quien logra imponerse en las elecciones parlamentarias.
-Una dimensión institucional dado el abandono creciente que hace de la obligación que corresponde a sus partidos como la base de sustentación de la administración actualmente gobernante.
-Una crisis de proyecto nacional pues la derecha no cuenta con una respuesta sólida y consistente frente a los nuevos desafíos que se plantean ante la sociedad chilena.
-Una crisis de liderazgo ante la ausencia de una figura o de un colectivo que esté en condiciones de hacerse cargo de la situación por la que está atravesando.
Lo más probable es que tales elementos críticos se acentúen una vez realizados los comicios de noviembre próximo, por la simple razón que esas mismas e incontrolables diferencias, expresadas en agudos quiebres de su capacidad de acción, indican que en el ámbito presidencial les espera una severa derrota, que además se proyectará en la esfera parlamentaria.
En el país se aprecia la incapacidad de la derecha para sostener una alternativa de gobierno. Se aproxima un cambio en la conducción del Estado. La estabilidad democrática así lo demanda.
Mientras tanto, los demócratas chilenos deben reflexionar sobre la responsabilidad que deberán encarar una vez que se cierre la fase electoral y las urnas entreguen su veredicto. Las reformas ya comprometidas en las recientes primarias por el liderazgo de Michelle Bachelet son tareas ineludibles y marcarán su gestión en el nuevo periodo histórico que se avecina.
El proceso no se vislumbra fácil.Hay que hacerse cargo de la desigualdad y la conflictividad que ésta ha creado en la base social. Chile necesita más justicia social.
Al mismo tiempo, hay que frenar la desaceleración económica y activar una estrategia de crecimiento inclusivo y sustentable.
Las regiones esperan más recursos y atribuciones. La salud pública y el sistema previsional no pueden seguir operando con los niveles de injusticia con que lo hacen.
Los trabajadores requieren respeto, dignidad y el cese de los abusos que los agobian.
En innumerables conversaciones y diálogos que he sostenido en estas semanas, he recogido un enorme anhelo ciudadano, de que las fuerzas que hoy están en la oposición sepan estar a la altura de las circunstancias.