La semana pasada los canales de TV, especialmente noticiarios y matinales, dedicaron minutos y minutos a mostrar los efectos de las intensas precipitaciones caídas en varias regiones del país. Calles inundadas, viviendas anegadas, personas damnificadas y aumento en las consultas médicas producto de las inclemencias de la naturaleza.
Pero, para ser precisos, cuando llueve en Chile, contrariamente a lo que refrán dice, “no todos se mojan “. Esto, porque la desigualdad en nuestro país se revela con mayor crudeza en invierno, afectando especialmente a los más vulnerables, a los de siempre, a las regiones y a quienes viven sin las condiciones dignas que Chile debiera otorgar a todos sus habitantes. Y sucede una y otra vez, una y otra vez, en una cadena de hechos que pareciese no tener fin.
A esta desigualdad de estación, se van sumando otras variables permanentes, como la inequidad a la hora de acceder a derechos fundamentales, la educación y la salud.
Fue lo que presenciamos la semana pasada, en la localidad de Quellón, al sur del país, en un Chiloé que levantó su voz para protestar por una salud digna. Porque el mensaje de este nuevo Chile es bastante claro: si no hay respuestas, los ciudadanos se adueñan de las calles, por una demanda justa, legítima y necesaria.
Si ya hemos visto a tantos en la Araucanía, Punta Arenas, Aysén, Freirina y Huasco, entre otras comunas.
Pocas semanas atrás se publicó un estudio de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile que da cuenta de la real distribución de los ingresos en el país.
Los indicadores habituales de desigualdad que colocan generalmente a Chile en los peores lugares pueden ser aún más lapidarios si se consideran todos los elementos que influyen realmente en la distribución de los ingresos.
En Chile, un pequeño porcentaje de chilenos se lleva gran parte de “la torta”, refiriéndonos a cinco clanes nacionales que aparecen entre los más acaudalados del mundo. El 1% más rico se apodera de un 30,5% de los ingresos; el 0,1% del 17,6% y el 0,01% de algo más de la décima parte.
En definitiva, y comparándonos con países de la OCDE, Chile es el país donde cada uno de los tres grupos de altísimos ingresos (1%, 0,1% y 0,01%) absorbe las proporciones más altas del ingreso total.
Aún el segundo país más concentrado, EE.UU, tiene índices de participación muy inferiores a Chile. Esto es particularmente válido para el caso del 0,01% más rico, que en Chile son apenas 1.200 individuos que se apropian de más del 10% del ingreso total, más del doble de la participación del 0,01% más rico en EE.UU.
Sumemos lo dicho por un informe de la OIT, que señaló que se ha agravado la grieta en el sistema económico chileno: crece el empleo pero aumenta la desigualdad.
En suma, estas inequidades repartidas en las regiones del país son, sin duda, una razón importante para exacerbar la indignación de los ciudadanos, a quienes se le insiste en que viven en un país desarrollado, pero donde sienten a diario las carencias y desigualdades.
¿Cuáles serán las respuestas que se les darán?
¿Cuál la justificación para que tan pocos se lleven tanto?
¿Cuáles para que alguien que está desde las ocho de la mañana hasta las primeras horas de la noche trabajando gane tan poco?
Esas son preguntas fundamentales que este nuevo Chile ya no quiere preguntarse más, sino que demanda una solución concreta, justa, urgente.Estamos hablando de dignidad humana, justicia, y equidad. Y no de otra cosa.