La cuenta anual del Presidente de la República ante el Congreso Pleno no trajo muchas novedades. Lo que vimos es un poco lo mismo que hemos observado en estos tres últimos años, principalmente la insistencia en aprovechar estas instancias republicanas para minimizar la obra de los gobiernos anteriores y mostrar como grandes éxitos hechos que en realidad no lo son o que viene con letra chica.
Así, por ejemplo, es fácil decir que ha bajado la pobreza cuando se manipula la encuesta Casen. Del mismo modo, es bastante ligero argumentar que ha disminuido la delincuencia cuando se instrumentaliza la encuesta de victimización. O mostrar como logro que se ha reducido en más de la mitad el hacinamiento carcelario en circunstancias que se han otorgado más de seis mil indultos, mucho más que los gobiernos de la Concertación y que fueron duramente criticados por la derecha en su momento.
En cuanto a los anuncios, la verdad es que el discurso me pareció decepcionante. Valoro la obligatoriedad del kínder y la subvención universal.
Es un paso importante, pero la verdad es que la ley 20.162 que establece el acceso universal y gratuito a kinder fue promulgada el año 2007, y ese nivel ya tiene un 93% de cobertura. También destaco la implementación de la libre elección para niños beneficiarios mayores de 12 años y menores de 18, de los grupos B, C y D de Fonasa para tratamientos de obturaciones y endodoncia dental, y el envío del proyecto que crea el nuevo ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentos, iniciativa que planteé en la pasada campaña presidencial.
Lamentablemente, esto es muy poco. Yo creo que todos esperábamos mucho más, sobre todo en los temas que –según todas las encuestas- constituyen las principales preocupaciones de la población. Resulta inexplicable que el Gobierno no haya planteado ningún cambio de fondo a un modelo educativo que sólo profundiza las desigualdades. Por el contrario, ninguna de las medidas a las que aludió el Presidente está encaminada a fortalecer la educación pública o a disminuir la segregación.
Del mismo modo, el Gobierno insiste con su autocomplaciente mirada respecto a la seguridad ciudadana. Se nos prometió que se les iba a acabar la fiesta a los delincuentes y que se pondría el candado a la puerta giratoria.Nada de eso ha ocurrido. Peor aún se insiste en políticas represivas que no tienen ningún efecto si no van acompañadas de medidas de prevención del delito y de rehabilitación de quienes han caído en la cárcel.
Tampoco hubo novedades respecto a temas trascendentales como energía, modernización del Estado, reformas laborales, profundización de la democracia, por citar sólo algunas.
No pretendo convencer de que la actual administración ha sido deficiente. No lo ha sido y es justo reconocer que ha tenido logros importantes como recuperar la senda del crecimiento económico y la disminución del desempleo. Pero seamos claros, en la pasada campaña presidencial se nos prometió un gobierno de excelencia, se formularon promesas que no se han cumplido y se ha hecho una costumbre presentar verdades a medias, manipular información y, en algunos casos, derechamente se ha mentido a la ciudadanía.
Detrás de ello está la obsesión de querer ser recordado como el mejor gobierno de la historia y de ganar en todo y a cualquier precio sin importar la forma. Yo me rebelo ante ese estilo de gobernar. Me parece mezquino y no sirve a los intereses superiores del país.
La historia de Chile no comenzó el 11 de marzo de 2010. La experiencia que hemos visto en algunos países de América Latina no hace más que confirmar que los gobiernos con aspiraciones refundacionales siempre terminan mal y no quiero eso para Chile.
Si esta administración se congratula tanto de sus logros, es justo que reconozca que han sido posibles gracias a la obra que dejaron los gobiernos anteriores. Actuar con nobleza no le hace daño a nadie.