La renuncia de Golborne se agrega a numerosos hechos recientes que han venido incrementando la desconfianza entre los chilenos. Un reciente estudio de la OCDE sobre niveles de desconfianza sitúa a Dinamarca en primer lugar y a Chile en el último.
Ello constituye una gran pérdida de capital social, que urge revertir, pues sus efectos son negativos para la convivencia social y el crecimiento económico.
Son varias las causas que se arguyen para explicar la desconfianza: alta desigualdad o carencia de suficientes mecanismos de protección social y de solidaridad, sensación de abuso de empresas, falta de participación para ser tomado en cuenta, ausencia de la necesaria transparencia.Todas estas causas se han combatido en mayor o menor medida en los años de democracia.
Pero hay una que se ha venido deteriorando y tornado más aguda en este gobierno: la confusión de los intereses públicos con los negocios privados, y la consiguiente pérdida de la fe pública en las instituciones. Ejemplos sobran.
Un caso grave es la manipulación de información por el director del Instituto Nacional de Estadísticas, que se suma al lamentable manejo de las cifras de pobreza, para marcar ventajas publicitarias. ¿Cual es la real población de Chile, de la pobreza, de la inflación, del empleo?
La situación del director de Impuestos Internos es otro caso similar: un vínculo familiar de negocios, aunque sea distante, con una empresa a la cual se le concede una importante rebaja tributaria.
Lo fue el caso de un ex ministro de Educación de este gobierno, que había sido dueño de una universidad privada, o de un ministro de Vivienda que decidió declinar su designación por ser dueño de empresa constructora que poseía contratos con el Estado, o de responsables del ministerio de OOPP que antes de asumir sus cargos habían promovido demandas judiciales contra el propio ministerio que ahora conducen, para conseguir compensaciones.
Estas actitudes se remontan a la propia reticencia y atraso del actual presidente de la República para cumplir su compromiso de desprenderse de acciones de diversas empresas, lo cual fue incluso criticado desde sus propias filas. Y ahora culminan con la destellante y efímera aparición y desaparición de un empresario del retail transformado en 30 meses en candidato presidencial.
Entonces con razón se duda de aquellas personas que asumen roles de gobierno a sabiendas que luego regresarán a puestos en empresas que se pueden ver favorecidas por el propio gobierno al que sirven, o peor, de quienes no perciben esa diferencia entre lo privado y lo público, o que no entienden que servir al país debe ser una vocación, no un hobby. Ellos se van tan rápido como llegaron.
La confianza, dice un proverbio árabe, se gana lentamente, a la velocidad con que crece la palmera, y se puede perder rápidamente, a la velocidad con que cae el coco.
Las organizaciones de la sociedad civil, los partidos políticos y las personas con vocación de servicio público deben luchar por instalar un cortafuego entre negocios privados e intereses públicos. Ello es esencial, junto a otras medidas económicas, sociales y jurídicas, para mejorar la convivencia interna, afianzar un sentido de comunidad y elevar la confianza entre los chilenos.
El próximo gobierno deberá exigir un comportamiento más riguroso que nunca, para revertir este perjuicio y marcar una diferencia esencial para el país.