Ya sé que le han contestado, pero me cuesta contenerme ante la frescura de… algunos.
Me refiero al ministro Chadwick, hombre que por razones éticas y estéticas no debiera estar en ese cargo y menos terciarse la banda presidencial aunque sea en sustitución del elegido.
Los que nunca hemos sido partidarios de la vía armada ni hemos justificado ningún tipo de violencia como método de acción política; los que hemos luchado aun con riesgo de nuestra vida por la defensa de los derechos humanos, de todos los humanos aunque no compartiéramos sus ideas, tenemos el derecho de indignarnos por las declaraciones que hemos visto en estos días.
Cuando el presidente del Partido Comunista reivindica el atentado contra Pinochet, lo hace en un contexto político tan diferente que parece absurdo, pero en realidad sus argumentos se acercan a los que da Santo Tomás de Aquino, el erudito católico de la Edad Media, para justificar el derecho a la rebelión y al tiranicidio.
Podemos discutir si acaso los hechos eran efectivamente así o no y si acaso la apreciación de la realidad era suficientemente correcta. Yo creo que no, que aún había otros métodos de rebelión por medio de la no violencia activa y cuya opción era mejor y más beneficiosa para Chile que la transacción que se hizo por medio del plebiscito. Recuerdo la frase de Belisario Velasco, cuando era un dirigente político opositor a Pinochet y no funcionario del Estado, en cuanto a que a las “dictaduras se las derroca, no se las derrota”.
Pero siguiendo las aguas de Genaro y de Aylwin, se prefirió un pacto. Claro que es mejor el pacto que nada, pero era preferible el derrocamiento que un acuerdo que ha prolongado la vigencia constitucional, el diseño socio económico y el poder las minorías en un diseño excluyente e injusto.
Pero resulta increíble que el ministro del Interior, que fue partidario de la dictadura y justificador de las violaciones de los derechos humanos junto a su líder político, rompa sus vestiduras por las declaraciones francas del dirigente comunista.Porque ellos promovieron y justificaron un acto de violencia armada que llevó a sus autores al poder (si hubieran perdido el destino habría sido la cárcel), usando el patrimonio de todos los chilenos a través de las demás fuerzas armadas para defender intereses particulares y diseñar un esquema ideológico que se plasmó en estos 40 años.
A veces se les escucha decir que no sabían. No es el caso de Chadwick, de quien puedo decir que me consta que sabía mucho de lo que pasaba, pero lo negaba o lo justificaba. O, como su mentor, decía que hablaría con alguien para conseguir algo que jamás conseguía y luego explicaba o negaba o se quejaba.
Pero no hizo lo que otros derechistas: oponerse a la dictadura y luchar por los valores que históricamente la habían inspirado. Pienso en Piñera, Correa Letelier, Subercaseaux, Armanet y otros. El propio Aylwin, que partió explicando y luego, al constatar lo que pasaba, cambió su postura.No fueron así ni Carmona ni muchos otros que se fueron acomodando al poder, adaptando sus conciencias y valores a la conveniencia de los intereses.
Si hay que pedirle cuentas a alguien no es al diputado comunista, que ha dicho su verdad, sino al ministro que se siente blanqueado, como aquel fariseo al que Jesús confrontó con dureza.
En el año 1984, los demócrata cristianos (bajo la fórmula de “profesionales humanistas cristianos”, para eludir la represión de la que hoy olvidan ése y otros ministros o dirigentes) aprobamos un documento en el que se proponía no sólo la sustitución de la Constitución mediante una asamblea constituyente, sino la sanción a los que inspiraron, justificaron, validaron las violaciones de los derechos humanos y a los que debiendo y pudiendo actuar en contra no lo hicieron.
Eran sanciones de distinto carácter, pero en todo caso las principales eran políticas. Ellos (Guzmán, Novoa, Chadwick, Melero y otros muchachos) jamás debieron haber podido ejercer cargos políticos, como una medida de saneamiento ético.Algunos, como Ricardo Claro por ejemplo, tuvieron la seriedad de marginarse de los cargos de poder político justamente porque sabían que no lo merecían.
Y dejo afuera a los que asumieron responsabilidades en los últimos años del pinochetismo pues, aunque derechistas y defensores del régimen instaurado, no fueron parte de esas políticas que sembraron violencia y sirvieron de argumento poderoso a los que luego eligieron la vía armada.
Porque los de última hora creyeron en el discurso del fin del diseño dictatorial y probablemente confiaron en que sucedería lo que sucedió: que terminaría el imperio de Pinochet y había que preparar el desembarco en su línea institucional, sin perseverar el ejercicio de la violencia armada por parte del aparato gubernamental (y militar).
En lugar de hacer sus declaraciones, Chadwick debiera ser capaz de retirarse discretamente para reflexionar sobre lo que no quiso hacer, sobre lo que pudo hacer cuando supo lo que estaba sucediendo, cuando vio caer a sus antiguos amigos del MAPU, cuando vio tan de cerca la persecución en su universidad y cuando escuchó los reclamos de algunos derechistas que habían sido sus amigos o de algunas autoridades de la que dice ser su Iglesia. No era necesario que se pasara a la defensa de los derechos humanos: hubiera bastado con que restara su colaboración a la dictadura.
Hay que tener la tupé para atreverse a lanzar piedras a los que reconocen sus errores o, como ellos un día, justifican sus actuaciones.
Quizás hubiese lanzado la primera piedra ante el desafío de Jesús.