La actual campaña presidencial tiene la virtud de poner con nitidez la contradicción política fundamental en la sociedad chilena. Como nunca antes desde el llamado “retorno a la democracia”, la movilización social de los años recientes y el tipo de demandas que plantean, así como un creciente “malestar ciudadano” que se expresó como abstencionismo en los últimos comicios, son síntomas que una fatiga política de la institucionalidad que rige al país.
El reclamo por una democracia más amplia e inclusiva que deje atrás el diseño dictatorial, representa la superación de aquellos espejismos del siglo pasado que alimentaron las luchas de izquierdas en toda Latinoamérica, la dicotomía entre el capitalismo neoliberal y el socialismo real.
La contradicción política central en nuestro continente nace en el siglo XIX y persiste hasta el presente bajo la forma de exclusión y miseria para millones de personas en todo el continente, incluido Chile. Nuestro continente, y nuestro país en particular, enfrenta la oposición entre una democracia formal oligárquica y una democracia social y popular.
En el caso de nuestro país, es evidente que la democracia oligárquica ha adquirido su forma más acabada en la constitución de 1980 que consagra el autoritarismo y la subsidiariedad del estado.
Esto explica por qué las experiencias democráticas en Ecuador y Venezuela, por ejemplo, han comenzado por cambiar la carta fundamental de aquellos países. Insistir en el respeto de la actual institucionalidad es negarles a los pueblos el derecho a darse una democracia participativa y real, es, en suma, convertirse en enemigo de la democracia y en cómplice del orden oligárquico.
En el Chile actual y mientras no se cambie la actual constitución de facto, las riquezas básicas del país continuarán siendo un buen negocio para empresas extranjeras, los capitales nacionales seguirán enriqueciéndose, mientras millones de asalariados continuarán con sueldos mínimos, sin una previsión justa ni acceso a la salud o a la educación para sus hijos.
Cualquiera sea el candidato y sin importar sus promesas, lo cierto es que el libreto será el mismo, un sainete escrito por mano militar y los tecnócratas neoliberales.
La verdad está en la calle, en los ciudadanos que protestan y son reprimidos. La verdad está en la calle cuando los sueldos miserables no alcanzan para llegar a fin de mes.
La verdad está en la calle cuando los demagogos de turno segregan a nuestro país entre ricos y pobres.
La verdad está en la calle y no en las mentiras de la televisión. La verdad está en la calle no en las sonrisas de los políticos de cuello y corbata que hablan de “democracia”.
La verdad está en la calle y no en aquellos neoliberales que nos mienten con números en la mano.