En 100 años más ¿cuál será la reflexión de nuestros nietos al escuchar sobre el 27F, o quizás al vivir un nuevo episodio catastrófico?¿qué les habremos dejado para así estar mejor preparados en un país que libera el 43% de la energía sísmica del planeta?
Entonces, es inevitable avanzar hacia una reflexión de todo lo que hemos visto, leído, discutido y hecho como nación en estos tres años. ¿Qué permanecerá y cumplirá con uno de los propósitos básicos de la Gestión de Emergencias, como es construir comunidades más resistentes y resilientes?
Basta un recorrido rápido por la historia de nuestro país para darnos cuenta que en la identidad simbólica de nuestra nación los terremotos son un elemento relevante.
Tanto es así,que es posible ver que las dificultades de los conquistadores por levantar una ciudad se asociaba tanto a la presencia de una población indígena combativa y resistente, como a la obligación de enfrentar terremotos que venían a dejar tanto o más destrucción que las mismas batallas. Este es el panorama con el que Chile ha convivido y convivirá, es parte de nuestra historia.
Por eso sorprende esta suerte de amnesia que pareciera inundar el debate, acompañado de un toque de arrogancia y no menos egocentrismo, donde se pierde esa visión de Estado.
Reconstruir casas, edificios y caminos, establecer medidas de excepción tributaria, colectas y donaciones, o limosnas como registran los testimonios de la Colonia, son parte de todos los relatos entregados por testigos y descritos en diversos documentos históricos.
Es algo que en un Chile sísmico simplemente termina siendo parte de lo que siempre se ha hecho, sin que por ello cada generación haya dejado de establecer medidas que marcaron un salto hacia una comunidad más desarrollada, preparada, resistente y resiliente.
¿Es acaso posible plantearse la posibilidad de no reconstruir casas e infraestructura crítica en nuestro país? Entonces, ¿es posible pensar que nuestro aporte como generación será cumplir con el mínimo al cual estamos obligados?
Decisiones de mantener o cambiar de lugar una ciudad, fueron parte de los grandes desafíos que decidieron asumir comunidades que vivieron este tipo de emergencias.
Es así como producto del mega-terremoto del 13 de mayo de 1647, que destruyó Santiago y dejó mil personas fallecidas en todo el Reino -según consigna la Real Audiencia- en un cabildo abierto ( la población nacional se estima en 500 mil habitantes), se tomó la decisión de mantener su ubicación, frente a la propuesta de un sector que proponía cambiarla de lugar.
Por otro lado, los mega-terremotos de mayo de 1751 y febrero de 1835, también estuvieron marcados por decisiones políticas de gran trascendencia: la reubicación de Concepción, y en dos oportunidades la de Chillán.
El mega-terremoto del 16 de agosto de 1906 que devastó parte importante de Valparaíso, se transformó en el inicio de la investigación de la sismología en Chile y la creación del Servicio Sismológico, gracias a una iniciativa del entonces rector de la Universidad de Chile, Valentín Letelier, y de la acogida que ésta tuvo por parte del Estado. En esa época era el Presidente Pedro Montt quien llevó a cabo esta política pública que perduró inalterable hasta el 27 de febrero de 2010.
Así también el terremoto de Chillán de 1939 dejó su huella en la historia, no sólo por el dolor, sino que también por decisiones políticas y movimientos sociales, pues desde aquella fecha quedaron instaladas en nuestra sociedad las grandes campañas solidarias.
Mientras que en lo institucional nació la CORFO, la cual hasta estos días no sólo ha sido un gran aporte para el desarrollo productivo del país, sino que también sigue siendo un actor relevante al momento de las grandes catástrofes.
Y nosotros, ¿qué le dejaremos a las futuras generaciones?
Un nuevo aniversario caracterizado por las pugnas cuantitativas, al reduccionismo de la tragedia a cifras, y a los afanes electorales coyunturales, claramente no formarán parte de nuestro legado histórico, como tampoco lo será tener una red sismológica robusta, peor aún a la fecha más débil que para el 27F.
Tampoco dejaremos una institucionalidad moderna, ni menos un fortalecimiento real del nivel local como eran esos cabildos de nuestros orígenes porque nos alejamos cada vez más del momento histórico que brinda una tragedia para generar cambios que queden en la historia y que marcan un antes y un después.
El cronista Gómez Vidaurre, testigo del terremoto que destruyó Concepción en 1751, escribió con posterioridad a la tragedia, sobre los terremotos. En su registro refleja el aprendizaje que originaron estas catástrofes y que se tradujeron en medidas concretas.Todo de acuerdo a las capacidades y conocimientos de la época:
“Con todo, los habitantes de este Reino, para mayor seguridad de sus personas y vida, han fabricado las ciudades adaptadas a prevenir los funestos acontecimientos que pueden resultar de tal calamidad. Por esto las calles son anchas, de modo que cayendo a tierra los edificios de ambas partes, dejan siempre lugar libre para aquellos por vivir en cuartos de la calle, tengan ésta en que salvarse de las ruinas. Las casas son de un solo piso, y en bajo, y así es mayor el espacio que deben dejar. Dentro de ellas tienen grandes patios, jardines y huertos, donde los que las habitan en su interior se refujian (sic) sin temor de las ruinas. Los acomodados tienen o en sus jardines o huertas preparadas barracas para dormir quietamente y sin la incomodidad de salir desnudos al aire o el agua, cuando ellos sobrevienen de noche” –y agrega- “mediante estas prudentes precauciones, se creen seguros los chilenos de las fatales consecuencias de los terremotos sobre sus vidas y personas…”.
Entonces, si nuestros antepasados, con mayor fragilidad, menor conocimiento y desarrollo, fueron capaces de dejarnos ciudades más fuertes, normas sísmicas, investigación, entregándonos así un país más resistente, resulta una obligación preguntarse ¿cuál será nuestro legado como generación de la OCDE y de tantos indicadores que nos llenan de orgullo?
¿Cuál será nuestra herencia para la futuras generaciones? Estas deberían sentirse orgullosas de nuestro trabajo cuando la catástrofe los golpee, pues de algo podemos estar seguros, y es que eso ocurrirá más temprano que tarde.