El 11 de septiembre de 1973, una fecha que para algunos representa el fin de nuestro siglo XX “corto” (iniciado con la emergencia de los partidos obreros en las primeras décadas de ese siglo), más corto incluso que el siglo XX europeo de Hobsbawm, marca también el inicio de una violenta dictadura militar y civil que duraría nada menos que 17 largos años, y que llegaría a su fin, paradójicamente, casi al mismo tiempo que en Europa caía el muro. Acá, en Chile, también se botaba un muro.
No es que en Chile no existieran antes de esta fecha fenómenos de represión y violencia por parte del Estado, si algo aporta la historia desde abajo, es precisamente el mostrar y traer a la luz, las múltiples expresiones de violencia ejercida contra aquellos que en el horizonte de la regulación estatal, han aparecido como extraños y peligrosos para el orden interno. Chile es eminentemente autoritario.
Pero el tipo de violencia que se lleva a cabo tras el golpe de 1973, sí se puede separar, en parte, de las múltiples expresiones de violencia estatal que han opacado al menos, esa idea del Chile Republicano: su carácter genocida y reorganizador.
Claro, la violencia pos golpe, es una violencia rutinaria, burocrática y con claros rasgos genocidas, que desde décadas antes del golpe, ya se venía fraguando mediante la identificación ideológica de los “enemigos”, esos que tras el golpe serán tratados en los quirófanos del Estado Desaparecedor, para intentar al menos, curar al cuerpo social de este “cáncer marxista”.
Dicha violencia necesitaba de especialistas, no podía ser al azar, por lo que sobre todo en la década del 60, comenzarán –las FF.AA. chilenas- a buscar referentes doctrinales para combatir la subversión interna.
Interesante al menos, es saber que ya en 1961 el Ejército chileno enviará a Argentina a dos Mayores, René Zúñiga Cáceres y a Sergio Arellano Stark (el mismo de la caravana de la muerte), a que participen en el Primer Curso Interamericano de Guerra Contrarrevolucionaria, realizado en Buenos Aires en octubre del citado año.
En dicho curso, dictado por especialistas franceses ex combatientes de Indochina y Argelia y por argentinos capacitados por estos en la Escuela Superior de Guerra de París, y que, dicho sea de paso, contará con la participación de 14 países de la región y con alumnos norteamericanos, se darán las pautas a seguir con la subversión interna de cada país.
Los métodos ahí aprendidos, y que nuestros representantes se encargarán de replicar en manuales y conferencias, servirán en parte, de base –sobre todo en Argentina- para las formas que adoptará la represión tras los golpes de Estado en el Cono Sur.
Los campos clandestinos de torturas y desaparición, serán en esta nueva apuesta represiva, los verdaderos ejes desde donde se modele las nuevas sociedades latinoamericanas.
En Chile solo nos basta nombrar lugares como Londres 38, José Domingo Cañas, la Clínica Santa Lucía, Villa Grimaldi o Simón Bolívar, para poner de manifiesto el carácter genocida de la dictadura.
Carácter que llevó al Juez español Baltasar Garzón, al Auto de procesamiento contra Augusto Pinochet, procedimiento sumario 19/97: Terrorismo y Genocidio “Operativo Cóndor”. Dicho procesamiento se hizo teniendo presente que uno de los objetivos de la dictadura fue, la “destrucción parcial del propio grupo nacional de Chile integrado por todos aquellos que se les oponen ideológicamente a través de la eliminación selectiva de los líderes de cada sector que integra el grupo por medio del secuestro seguido de desaparición, las torturas y la muerte de las personas del grupo infringiéndoles gravísimos daños físicos y mentales”.
La construcción social de esta violencia de carácter genocida, que, como se ha mencionado, debiera ser rastreada mucho antes que el 11 mismo, permitió una naturalización de la violencia –la prensa ayudó muchísimo a esto-, y porque no decirlo, hasta cierto grado de indiferencia de parte de la sociedad chilena con lo que ocurría fuera de sus paredes (el miedo como disciplinador social fue muy efectivo).
Esto nos debiera persuadir hoy, a 40 años del Golpe Militar (en septiembre de este año), para que analicemos de qué manera se construye, se legitima y se naturaliza, las formas de violencia que aun hoy están presentes en nuestro Chile Republicano, ya que basta con ver el actuar del Estado en el territorio Mapuche, en donde los allanamientos son pan de cada día y en donde la integración es a palos -aun nos duele la imagen de carabineros golpeando con una escopeta a una madre mapuche con su hijo en los brazos-, para que nos preguntemos ¿hasta qué punto seremos solo observadores de los actuales modos de violencia estatal? La espiralidad de la Historia, nos debiera poder permitir sacar valiosas lecciones.