Uno de los vicios más corrientes de quienes detentan un poder, sea económico o político, es escuchar tan solo aquello que desean escuchar. Así, la historia consigna a muchos líderes rodeados de aduladores que son arrastrados al precipicio en medio de alabanzas, sin haber advertido a tiempo los riesgos de sus actitudes y acciones.
A los empresarios chilenos les acontece algo similar, enclaustrados en sus encuentros, mientras el señor presidente Sebastián Piñera – uno de los suyos – les informa que “nuestro país está cambiando para mejor, pero estamos a mitad de camino”. Por su parte, el señor Camilo Escalona, rostro del “bacheletismo”, los tranquiliza advirtiendo que “el camino de las reformas en Chile es institucional”
Los señores empresarios pueden respiran tranquilos, pues, después de todo ni siquiera el “bacheletismo” es un riesgo que pudiera alterar drásticamente las reglas del juego.
En este mundo idílico, la presencia de los movimientos sociales en las calles del país, la corrupción escandalosa en la educación chilena o los fraudes de La Polar se deben a que estamos a “mitad de camino”.
Nadie se plantea siquiera la pregunta obvia, aquella que requiere tanto lucidez como valentía: si estamos a mitad de camino, es menester preguntarse hacia donde conduce la actual senda que estamos transitando.
La sensación mayoritaria de los chilenos no es que nuestro país está “cambiando para mejor” sino, por el contrario, más bien asistimos a un acelerado proceso de degradación de toda una institucionalidad injusta, excluyente y arcaica.
Sostener que las demandas planteadas por los movimientos sociales y algunos grupos políticos en torno a una reforma constitucional profunda son pura demagogia y populismo de adictos a “fumar opio”, está delatando la falta de visión histórica y política de nuestras elites.
El proceso democrático inaugurado con la salida del dictador Augusto Pinochet ha entrado en una nueva etapa en la sociedad chilena. De manera que las soluciones “institucionales” que funcionaron hace dos décadas ya no son viables y no es cierto que nuestro país esté cambiando para mejor.
No es cierto que los trabajadores estén dispuestos a esperar muchos años más para mejorar sus salarios, no es cierto que las nuevas generaciones de estudiantes estén felices con el lucro en la educación y no es cierto que la ciudadanía esté feliz con un sistema que los endeuda y les roba, literalmente, lo mejor de sus vidas.
No es verdad que Chile esté satisfecho mientras un puñado de empresarios se enriquece a costa de una mayoría cada día más pobre.
No es cierto que estemos orgullosos de una “clase política” cómplice del estado de corrupción en que se desenvuelve la política, la educación, los negocios y un extenso etcétera.
No es cierto que éste sea un reclamo de extremistas o fruto del consumo de alucinógenos, es una lucha justa por los derechos civiles, un legítimo reclamo democrático para restituir la dignidad básica de Chile.