La Tercera sostuvo en su editorial del 24 de noviembre: “La realización de primarias permitiría corregir el principal defecto del binominal, que es la disminución de opciones para los electores”. Se trata de un argumento falaz, usado para insistir en la gastada cantinela de que el binominal ha dado estabilidad al país, como ha repetido la derecha durante dos décadas.
No es cierto que el principal defecto del binominal sea “la disminución de las opciones de los electores”. Su mayor defecto es que distorsiona el valor del sufragio universal al no reconocer mayorías ni minorías. La derecha no apoya el binominal por nobles razones como la estabilidad institucional, sino porque le conviene política y electoralmente. Es positivo que haya primarias, pero lo esencial es terminar con un sistema probadamente tramposo. Eso es lo que dará verdadera estabilidad al régimen democrático.
Como la UDI y RN sumaron solo 33% de la votación de concejales, muy por debajo de sus expectativas, esos partidos reforzaron su defensa de la trinchera del binominal. La razón es obvia: con esa votación les basta para conquistar más o menos la mitad del Congreso y asegurar el empate institucional con las fuerzas que obtuvieron 49% en la votación de concejales (DC, PS, PPD, PRSD y PC).
De este modo, la idea de reformar el sistema, que había ganado terreno en RN, se desvaneció ante los crudos cálculos de poder. Los líderes de la derecha razonan así: puesto que la mayoría electoral obtenida por Sebastián Piñera en la última elección presidencial ya no existe, ¿para qué cambiar un sistema que nos permite, como segunda fuerza, obtener aproximadamente la misma representación que la primera?
El sistema binominal ha degradado las prácticas políticas en nuestro país a un nivel desastroso. Ha contribuido decisivamente al desprestigio del Congreso Nacional al crear una casta parlamentaria que defiende sus propios intereses y que, como controla los partidos, no tiene problemas para reproducir su poder.
Todos los intentos de reforma han sido bloqueados por la UDI y RN por más de 20 años gracias precisamente a la sobre representación que Pinochet les dejó como subsidio.Lo inquietante es que el sistema está corroyendo las bases del régimen democrático.
La inercia del sistema está a la vista. Los partidos hoy sacan cuentas en función de los cupos “fuertes” que puedan conseguir en las negociaciones con sus aliados, lo que significa dar casi por elegidos a quienes los ocupen. Como los diputados y senadores que repostulan son prácticamente inamovibles, sus partidos prefieren no correr riesgos y respaldarlos. Como se sabe, algunos diputados se encuentran cumpliendo su sexto período, es decir, están en los cargos desde hace 23 años.
Como el binominal funcionará hasta que se reúnan las fuerzas necesarias para cambiarlo, lo mínimo que se puede pedir a los partidos opositores es que llamen a los electores a llevar adelante una gran ofensiva para materializar la reforma. Sus candidatos a diputados y senadores deben comprometerse públicamente a impulsarla en el Parlamento.
En el contexto del voto voluntario, la posibilidad de motivar a los nuevos electores es convocarlos a remover el principal obstáculo que hoy existe para sanear la política, que no es otro que la forma de elegir a los parlamentarios. El cambio debería crear condiciones de mayor competencia, que es precisamente lo que hace falta para desarticular el poder de los caudillos que controlan las máquinas partidarias.
Con las reglas actuales, la oposición solo puede aspirar a doblar en el mayor número de distritos y circunscripciones que sea posible en la elección del próximo año, para asegurar mayoría en la Cámara y en el Senado. Hay que llamar a los ciudadanos a lograr ese objetivo. Ese sería el primer paso para impulsar el fin del binominal y también los cambios a la Constitución, por ejemplo la eliminación de las extraordinarias mayorías exigidas para reformar la propia Constitución y las leyes orgánicas.
Hasta ahora, la alternativa propuesta ha sido establecer un sistema proporcional corregido, que corresponde a la tradición del país. Pero no debería descartarse la fórmula del sistema uninominal, vale decir, la posibilidad de elegir un solo diputado por distrito y un solo senador por circunscripción, lo que obligaría a crear más distritos y circunscripciones.
Es una opción razonable, que se aplica en muchos países y que podría compararse con la elección de alcaldes. Por supuesto que la mayoría electoral no sería la misma en todas partes, lo que permitiría salvaguardar el pluripartidismo.
El próximo gobierno tiene que comprometerse a hacer todo lo que esté a su alcance para poner fin a esta grave anomalía de nuestra democracia que es el binominal. Igualmente, hay que fortalecer la presencia en el Congreso de partidarios resueltos de una reforma que ha esperado demasiado. Si RN se atreve a separar aguas de la UDI en esta materia, el cambio se puede concretar.
En cualquier caso, lo fundamental será que la demanda de esta reforma se convierta en una vigorosa exigencia nacional.