Los resultados de distribución del ingreso en Chile este año mostraron una leve mejoría en los indicadores, pero si uno los compara con los de las últimas décadas, esta mejoría no ha sido importante sino más bien se puede decir que la desigualdad se ha mostrado estable dentro de un pequeño margen desde que hay medición de ella. Y, la verdad, modesta opinión, no creo que sufra mayor cambio en los próximos años. Ojalá me equivoque.Tendrían que pasar más cosas.
¿La razón? Es que Chile es “desigualmente desigual”, y esto marca todo. La desigualdad no se distribuye igualmente en la población sino que es un grupo en particular, el 10%más rico (cuyo ingreso familiar promedio supera los $3.000.000), el que se “dispara” del resto de la población.Este grupo más que duplica en promedio de ingreso al siguiente decil y concentra casi el 40% del ingreso del país, mientras, el siguiente decil sólo concentra el 15%.
Cuando los indicadores de desigualdad varían, lo hacen fundamentalmente por el comportamiento de ese grupo. Y a la vez, ese ingreso promedio del 10% más rico depende en gran medida del comportamiento del 1% más rico, y si nos apuran, de los ingresos medidos de las familias multimillonarias de Chile.
Y digo “medidos” porque en estas encuestas, ¿son medidos acasos los ingresos de estas personas? Tenemos tres rankeados dentro de los 100 mayores del mundo y entre ellos representan por sí solo el 15% del PIB chileno.
Dicho de otro modo, hay un 90% de la población que vive en rangos de desigualdad relativamente normales entre ellos, y se condice con una alta movilidad social.Mientras, hay un 10% más rico que, salvo excepciones, no se ha movido de esa situación por generaciones, y que se escapa del resto en cuanto a ingresos. Es otro mundo. Más aún el 1%… y para qué decir los multimillonarios.
Por tanto, si la desigualdad se comporta de esta forma, no es lo mismo “luchar contra la desigualdad”que “focalizar recursos en los más pobres”. “Derrotar” la desigualdad no va a pasar por distribuir recursos desde las clases medias a los grupos más vulnerables.
Hablar de desigualdad, más bien, sería hablar de ese minúsculo grupo y el resto. De cómo se generan sus ingresos a diferencia de la gran mayoría.
Es hablar también de la historia de Chile desde la Colonia, del modo en que esta se realizó, y como las diferencias se perpetúan de generación en generación.
Habrá algunos con talentos extraordinarios que salen de lo normal, incluso dentro de los millonarios. Pero, ¿por qué cuesta tanto que incluso aquellos que están teniendo los mismos estudios universitarios y en las mismas universidades, puedan saltar a niveles de ingreso equiparables?
Aquí entran en juego poder, redes, clanes y lenguajes de clase (a veces llamados “habilidades sociales”); colegios, barrios y movimientos religiosos que reproducen las diferencias.
Y hablar de todo esto cuesta, por eso no es un desafío del país.
Cuesta porque hay temor al conflicto de clase, a la desconfianza y al resentimiento social, por un lado, y por el otro, a que dejemos de crecer como lo hacemos.
También cuesta porque nos han enseñado que para modernizarnos y superar la pobreza “no hay que nivelar para abajo”… Pero sobre todo cuesta porque, he aquí la paradoja, la gran mayoría de los que tenemos la posibilidad de intervenir en el debate público con cierta publicidad, venimos de ese 10%, estamos cerca afectivamente, o aspiramos a el.
Por tanto, es hablar de nosotros, de nuestras aspiraciones y nuestros privilegios.La desigualdad se vuelve de hecho en buena parte de los chilenos, una aspiración… distinguirse del resto. Apenas pueda me cambio a una población mejor. Apenas pueda saco al niño de la escuela y lo pongo en colegio de nombre inglés. Apenas pueda me distingo socialmente.
Cualquier acción pro igualdad si no toma en cuenta todo esto, siempre será una acción distributiva más, necesaria, pero paliativa.
Si queremos cambiar debemos revisar nuestro régimen impositivo para que de verdad los más ricos aporten lo que deben aportar por justicia al país.
También tenemos que examinar nuestra organización de mercado para reducir la altísima concentración económica con utilidades extraordinarias que se da en muchas industrias (si van a ver oligopolios, que se pague por ello al Estado, por ej. pesca).
Si queremos ser más igualitarios, como se nos ha hecho claro, debemos cambiar nuestro sistema educativo y promover un régimen más integrado.
Lo mismo pasa a nivel urbanístico y la generación de guetos de ricos y pobres. Pero aún más, no podremos cambiar esta realidad si no hacemos un giro cultural. Y esto es válido para todos, no sólo para los más ricos.
Un giro que pasa porque nuestra aspiración de defender o acrecentar nuestros privilegios, de espacio a un deseo sincero y activo de vivir con mayor justicia y comunión. ¿Podremos?