Dificulto que haya existido otro momento desde la recuperación de la democracia en que la derecha haya tenido un peor resultado electoral y político. No me refiero solo a la perdida de los votos, me refiero al mal desempeño de su dirigencia, prácticamente sin excepción.
Finalmente, llegó la hora de pagar las cuentas. Algunos se van de la vida política, en buena hora.Labbé es el ejemplo más notable. Protegido en un tradicional baluarte de la derecha, creyó que podía hacer de todo y decir de todo.Se equivocó. Tampoco supo salir con dignidad: no saludó a la vencedora y siguió cometiendo errores vociferando su pinochetismo hasta el final. Eso es no entender nada de nada.
Pero lo que pasó superó con mucho los efectos puntuales. Esta será una elección que se recordará por muchos motivos, pero en particular por el debate previo sobre el balcón.
En una actitud que hoy se nos presenta como irrisoria, la derecha debatió seriamente, durante una semana, cuál de sus presidenciables debía asomarse a la Plaza de Armas acompañando a un victorioso Zalaquett. De tanto querer asomarse al balcón, terminaron todos tirándose del trajinado balcón.
El oficialismo no dejó lugar a dudas respecto de sus expectativas, y con ello no quedó nada en el misterio en relación a su fracaso. Puso el acento en los mismos lugares donde obtuvo derrotas. Por este grueso error de cálculo, quedó sin conducta luego de un amplio revés que hizo cuanto pudo por magnificar. Su reiterada torpeza estratégica llegó a límites inalcanzados hasta ahora.
Sin lugar a dudas el golpe fue demoledor. En política es más fácil recuperarse de una derrota que del ridículo. Y lo que había pasado daba pie al bochorno. Se podrá decir en el futuro que este fue el preciso momento en el que la derecha se despidió mentalmente de la competencia presidencial, porque supo, sin lugar a dudas, que había perdido.
Para la administración de Piñera el problema fue aún peor que para la Alianza, porque se quedó sin tiempo adicional para realizar los cambios en la primera y segunda línea de la administración. No sólo porque hay un límite cercano para que salgan de sus puestos quienes quieran aspirar al parlamento. En realidad, ésta es la oportunidad para que salgan cuantos se han quedado sin razones para permanecer dando la cara hasta el final por una administración desprestigiada. De más está decir que llenar los espacios vacíos será extremadamente complejo.
Pero en realidad, lo que asoma tras los resultados municipales es temor. Una cosa es la elevada abstención, el encontrarse con un nuevo comportamiento del electorado, y que los resultados mismos te tomen por sorpresa (eso también le ocurrió a la oposición).Otra cosa distinta es salir perjudicado con la suma de las sorpresas que se dieron.
La derecha ya no tiene un piso sólido sobre el cual apoyar las certezas que la habían acompañado desde el inicio de la transición. Ahora ha quedado instalada la duda. Después de mucho tiempo el oficialismo no sabe si puede confiar en que podrá impedir el doblaje parlamentario en todos los sitios. Cuando fallan todos los cálculos, también se sabe que pueden fallar todas las predicciones. Por eso la desazón es tan fuerte en este sector político.
Se ha puesto de moda, luego de producida la derrota municipal, decir que la administración Piñera ha concluido de facto. Esto es verdad en cierto sentido. Un gobierno se sostiene en el poder que tiene y en las expectativas de poder que genera hacia adelante. Quien haya guardado un mínimo de ilusiones respecto de una posible recuperación política y electoral del oficialismo, tiene que reconocer que ya no le queda nada por esperar. En tal sentido, esto se acabó.
Pero una administración no finaliza cuando se convence de su fracaso de fondo.Termina cuando expira su mandato constitucional.Adquirir conciencia de una situación no acelera de por sí el tiempo.Y el tiempo nunca pasa en vano. Puede ser aprovechado de buena manera. Perdidas las ilusiones, puede que el realismo sea mejor guía que la vanidad injustificada a la hora de preparar el cierre de esta gestión.
Lo que parece del todo efectivo es que, para concluir como es debido, la administración Piñera debe separar aguas de sus precandidatos presidenciales.Ellos a cada rato hacen predominar sus agendas personales por sobre las colectivas, lo que impediría a cualquier Presidente mantener alto su prestigio y conducir a su propio equipo.
La construcción de mayorías estables es la gran tarea política del momento. Por ahora, lo que más tenemos son minorías, más o menos exitosas pero que no son garantía de gobernabilidad. Para los ciudadanos tampoco es una opción aceptable quedarse en el descontento y la crítica a los demás. Así no se construye nada. Mirar desde lo alto y con displicencia como los demás intentan hacer algo en concreto no es digno de nadie.No se puede cambiar el balcón de la arrogancia por el balcón de la indiferencia.
Por más que lo intente, la derecha no está preparada para construir la mayoría que el país necesita. Para evitar el descalabro, sus precandidatos presidenciales han empezado a realizar declaraciones altisonantes del tipo “las opciones presidenciales están abiertas” y “estoy preparado para competir con Bachelet”. A la postre será en vano. Cuando contaron con tiempo y posibilidades, dilapidaron los recursos disponibles. Esa es la verdad.
Pero la derecha tratará de dar vuelta la hoja. El cambio de gabinete obligado de los próximos días les dará el respiro que necesitan para que pasemos a otra cosa. Sin embargo, y a pesar de las apariencias, el oficialismo y sus partidarios estarán orientándose a continuar logrando el empate parlamentario que el binominal les regala.
Así que la iniciativa política ha pasado a la oposición. Aquí los desafíos son enormes, no obstante ello, se cuenta con los suficientes incentivos como para intentar superarlos uno a uno.
Estos desafíos son los siguientes: mantener la unidad de la oposición (que tan buenos y compartidos triunfos les ha entregado); establecer una definición presidencial legitimada ante los ciudadanos; obtener un acuerdo parlamentario compatible con la necesaria competencia en el sector y, conseguir un acuerdo programático, progresista y realista a la vez.
¿Por qué decimos que la derecha ya no es opción presidencial? Muy sencillo, porque es minoría; porque sus candidatos no le entregan un plus del cual aferrarse; porque entre la UDI y RN prima la competencia parlamentaria; y, porque quien no puede cumplir el programa que tiene, menos puede presentar el programa que Chile necesita.