El fenómeno ocurrido en las elecciones del domingo sin duda dará origen a innumerables explicaciones, como siempre cada una de ellas hará su aporte al entendimiento del resultado. Agreguemos una para intentar comprender la alta abstención y el cambio de color de numerosas alcaldías.
Durante años la política ha sido vituperada y los que la ejercen desprestigiados y mal calificados, hemos escuchado frases del tipo: “da lo mismo por quien se vote, igual tengo que trabajar mañana”, como si algún candidato hubiera prometido alguna vez remuneración gratuita para todos y fin del trabajo.Sólo la obligatoriedad del voto movilizaba al electorado.
Ausentes a partir de la dictadura las clases de educación cívica, reducidos los espacios de debate e intercambio de ideas por inútiles y poco rentables, reducidos los espacios de proselitismo, la política se ha ido arrinconando y haciéndose posible sólo para aquellos que poseen dinero para pagar publicidad. La política ya no son ideas sino que sólo marketing.
Este degradante sistema subsistió gracias a un no despreciable castigo: quien no votaba se hacía acreedor a una multa equivalente a la mitad más o menos de un mes promedio de pensión. Las personas ejercían su derecho ciudadano para evitar pagar la multa y no para elegir como su representante a quien estuviera más cerca de sus principios y valores.
Ante la desesperación de un cuadro empatado que no tenía renovación y no ejercía el menor interés para el ingreso de los jóvenes, se optó por el mal menor, eliminar el castigo haciendo automática la inscripción y voluntario el voto.
Unos (la derecha) se sentían protegidos por los estudios que indicaban que en esas condiciones los votantes eran normalmente los sectores más acomodados e instruidos de la población. O sea, todo debía seguir igual.
Los otros (oposición no derecha) lo entendían como el último intento para dar aire a un registro electoral envejecido y conservador.
Así llegamos al 28 de Octubre, y ¡oh sorpresa! ¡Bienvenida Sorpresa! No pasó ni lo uno ni lo otro, sino que todo lo contrario. Todo cambió, las encuestas al tacho de la basura.
¡Que pasó! Surgió una poderosa explicación del porqué sí se votaba cuando era obligatorio: con un modelo cultural que ha exacerbado el valor del dinero, que ha mercantilizado incluso las elecciones (quien hace hoy trabajo voluntario), que le ha puesto precio al voto: si no votas debes pagar, la verdadera razón del voto de una parte de los acomodados ha desaparecido.
Cocidos en su propia salsa, esclavos de su propio discurso los que se miden por cuanto tienes reciben la buena noticia de que pueden dejar de votar sin pérdida monetaria. Y así proceden.
En el siglo pasado por allá por 1970, a un señor llamado Jorge Alessandri le pasó lo mismo, perdió por treinta y seis mil votos y se decía que medio millón de personas no había votado.
Bastó que una parte de los jóvenes desoyera los llamados a las funas y a no votar para que el vuelco fuera gigantesco. Una inesperada revalorización de la democracia ¡con mi voto puedo cambiar las cosas!
Ya empezamos a escuchar la preocupación por los ahora altos niveles de abstención y curiosamente, se insiste en medidas económicas como transporte gratuito y no la educación y formación, a lo mejor porque el foco es distinto, a unos le interesan los mayores a los otros los jóvenes.No escuchamos de la derecha esa queja en el sistema anterior.
El desafío es enorme, los elegidos tienen que cumplir sus promesas, hacer una buena gestión municipal que incentive a los que participaron en el proceso a ejercer su derecho en los próximos ejercicios democráticos. En todo caso, este electorado ya sabe que si no está conforme, su voto puede cambiar las cosas.