Una aparente coincidencia de opiniones ha rodeado las palabras del arzobispo de Santiago monseñor Ricardo Ezatti, en el Te-Deum ecuménico del 18 de Septiembre, en el sentido que el país vive una “crisis de confianza”; sin embargo, es lógico que haya distintas miradas y contenidos en torno al tema.
En mi opinión, en el país hay una fuerte irritación con los niveles de desigualdad que registra la sociedad chilena. Hay también una clara distancia respecto del sistema de Partidos políticos; hay cansancio, además, ante la ausencia de propuestas frente al largo plazo y una creciente fatiga ciudadana ante el persistente empeño de la autoridad gobernante de auto ensalzarse y dar por hechas promesas incumplidas.
Existe un divorcio entre lo que se dice y lo que se hace, que arrastra por su volumen y profundidad al conjunto del sistema político, pero cuyo centro de gravedad radica en la autoridad que promete y no cumple.
En efecto, en el tema de la seguridad ciudadana la autoridad aseguró: “se acabo la fiesta” y luego sucumbió con un lastimero: “tal vez nunca vamos a ganar la batalla contra la delincuencia”. Es decir, que de una propuesta exitista y arrogante se pasó a una posición enteramente derrotista.
Del mismo modo, la soberbia encerrada en la frase “vamos a instalar la cultura de hacer las cosas bien”, fue desmentida en innumerables ocasiones: en las Fiestas Patrias por un “taco” automovilístico de proporciones nunca antes visto, por la aplicación de un Censo a la población lleno de reparos, por el uso distorsionado de las cifras sobre la pobreza, por un sistema de precios de los combustibles que no funcionó.En fin, muchos estropicios y nulas realizaciones.
El uso abusivo de promesas para ganar popularidad está agotado. No obstante, se insiste en el, lo que redunda en que aumenta la lejanía de los ciudadanos hacia el sistema político. Este dilema va mas allá de la disyuntiva electoral entre gobierno y oposición. Por el bien del país, hay que revalorizar la palabra comprometida en la acción política.
Por el lado de las fuerzas opositoras también se produce una pérdida de confianza cuando parte de sus voceros reniegan de lo hecho durante dos décadas en el gobierno. Ante la sociedad se proyecta un discurso carente de sustancia, en su esencia irreparablemente contradictorio que no logra fundamentar el amargo arrepentimiento de quienes lo formulan.
No es coherente ni cuenta con base sólida una conducta que después de cuatro o cinco periodos parlamentarios se vuelca hacia una retórica ultra radicalizada que más que posiciones firmes y sustentables muestra cierta angustia para empatizar con los liderazgos estudiantiles. Tal práctica solo aumenta el descrédito en lugar de disminuirlo.
En definitiva, el país requiere que sus fuerzas políticas tengan coherencia, que no prometan lo que no pueden hacer, que no se empeñen en la búsqueda de popularidad a través de consignas rimbombantes que gritan mucho y dicen poco ,que la autoridad no se dedique a auto elogiarse.
Asimismo, para la conducción del gobierno se necesitan Programas de acción debidamente fundamentados, capaces de hacerse cargo del desarrollo futuro de Chile, tanto en lo referente a las políticas públicas como a las reformas institucionales para que la nación recupere la confianza en el régimen democrático.
Se trata de un desafío ético ineludible. No jugar con las expectativas ciudadanas y re dignificar la política, ahora.