El largo jolgorio de Fiestas Patrias actúa como eficiente anestesia que hace olvidar el Chile de cada día.Apenas comienza el “tiqui tiqui tiquiti”, una avalancha de vehículos se desplazan por esas carreteras atestadas de la modernidad “chilensis” y un sinfín de fondas o ramadas provocan un paréntesis inevitable en el ajetreo de las familias y del país.
Además, ya forma parte del paisaje dieciochero la hostigosa presencia mediática de la autoridad de turno, la misma que con bailes de dudosa destreza, coplas de gusto discutible y generosas entrevistas de auto elogio se empeña en convencer que su paso por el poder ha traído las venturas y parabienes que largas décadas de sus predecesores no fueron capaces de lograr.
A la cancha las parejas, los jóvenes al “carrete”, los “curaitos” a la chicha y la autoridad a vanagloriarse.Hubiésemos sido el país perfecto, si no fuera por el resultado Chile-Colombia y por esas horas interminables en que los automovilistas quedaron atrapados en un “taco” descomunal, sin precedentes, que vino a decir con su desagradable presencia que los problemas-país no se arreglan con pura labia y dejando semi mudo a un presidenciable que solo atinó a pedir paciencia.
Sin embargo, pocas horas antes de la estampida dieciochera, al termino del fatídico día “once”, la violencia irracional cobraba la vida de un joven carabinero. La miopía política de la autoridad la indujo a intentar trasladar la responsabilidad a la oposición. Esa torpeza cayó por su propio peso.
Según los medios de prensa, los testimonios recogidos en el lugar señalan que el menor imputado por este crimen gritaba: “me pitie un paco”, “me pitie un paco”, y luego él o sus cercanos se habrían apoderado del casco y el escudo del fallecido para mostrarlos como “trofeos de guerra”. Hay que constatar, entonces, que existe una falla de enormes dimensiones en nuestra convivencia.
Entendíamos como país, que la gran lección moral del “once”, de las crueles y masivas violaciones a los Derechos Humanos, significaba que no hay nada que pueda estar por encima del valor de la persona humana, de su vida y dignidad, como patrimonio inalienable de esa condición humana.
¿Qué nos pasa ahora como nación?, porque este tiroteo no fue el único y hace años que se produce una espiral de violencia en las poblaciones.Pareciera ser que los segregados y marginales se quisieran cobrar revancha sin reparar en costos o daños.
Estamos ante un círculo de violencia altamente preocupante.
Un Estado protector de las familias debiese ser el comienzo de la respuesta. No se saca nada tratando de culpar a los opositores. La seguridad de los pobres, en barrios segregados por la droga y la delincuencia, es una responsabilidad que el Estado no puede eludir.
Mientras la autoridad zapatea en la Fonda correspondiente a cada año, la exhibición de poder y capacidad de consumo agrava la irritación y el sordo malestar que se traduce en brutal violencia callejera.
Una patria dividida no fue el sueño de O’Higgins, de aquel que abolió los mayorazgos, combatió la esclavitud y se enfrentó a los terratenientes de su época. Vale la pena restablecer sus valores republicanos.
Por la integridad y el futuro de la nación chilena.