Para Norberto Bobbio, una de las líneas divisorias entre la izquierda y la derecha es aquella mirada sobre la “igualdad” que cada grupo impulsa o defiende. Tanto se ha hablado de la “izquierda” en este último tiempo que el propio concepto parece perder su substancia, de la misma manera que lo fue perdiendo el concepto de “progresismo”, que ya nadie sabe que es o a que se refiere. Los mismos riesgos suceden con la “izquierda”, pues estamos a un paso que “ser” de izquierda no signifique nada o casi nada.
La discusión bizantina sobre el “frente de izquierda” que han impulsado ahora los “reconvertidos” de la Concertación, nos pone frente a una dicotomía, quizás insoluble: vivir entre lo que somos y entre lo que podemos.
De lo que somos, más vale ser cautos, pues ya el existencialismo nos ha dado una respuesta irrefutable: somos lo que hacemos. Y si bien somos lo que hacemos, nos pretendemos catalogar por lo que no hacemos (y que no podemos hacer); es decir, creemos ser aquello que no hacemos. Vaya paradoja la que se nos presenta en la política.
Somos de izquierda pero hacemos política de derecha, se les espeta a los más “conservadores”, cuando quienes critican se dicen de izquierda, pero por razones estratégicas, tácticas u otras, terminan votando al final del día con la derecha.
Y entre el ser y el poder, se encuentran resumidos los últimos dilemas de la oposición al Gobierno.
La reforma tributaria es uno de esos dilemas. ¿Podemos hacer la reforma tributaria que queremos? La respuesta es no, porque no tenemos el poder. Y, aun cuando lo tuviéramos, requeriríamos de la derecha en la discusión parlamentaria.
Entonces ¿hacemos lo que podemos? La respuesta es sí, aunque tal posición carezca de la épica o la mística exigida por la ciudadanía. Y bueno, si la ciudadanía –como se dice hoy por hoy- exige coherencia, coraje y líneas divisorias entre lo que somos y lo que son los otros, tendremos que correr el riesgo de rechazar todas las propuestas del Gobierno porque no estamos de acuerdo con ellas. ¿Así, la ciudadanía nos daría una medalla de oro?Más bien nos preguntaría porque impedimos que hubieran no sé cuantos millones de dólares para la educación.
Además hay otra cosa añadida a este dilema. Para quienes requieren y necesitan “llamarse” de izquierda, tal condición viene a atribuir al ser humano un carácter sacro-santo. Claro está. Los de izquierda son los buenos y los de derecha son los malos. Esta posición totalitaria –para ser estrictos en el término- tiende a socavar los esfuerzos de diálogo necesario que los tiempos exigen en el ejercicio de la política.
Aun cuando la disputatio de nomine se mantiene, no solo me parece vigente la macro clasificación del universo político entre izquierda y derecha, sino que además pienso que la izquierda se define por su combate en contra de la desigualdad. Norberto Bobbio vuelve a la palestra. Nos corresponde derribar el mito de que el gran problema de América Latina y del país es la pobreza, cuando todos sabemos que se trata de la desigualdad, aun cuando la tarea es más difícil en la medida de que el Gobierno nos pretende convencer de lo contrario, auto-felicitándose por haber eliminado por secretaria a un “puñado” de “pobres”.
La desigualdad en educación, la desigualdad en salud, la desigualdad en el mercado laboral, la desigualdad en seguridad pública, y suma y sigue. Esa es nuestra tarea, y por ello es que me parece insensato pedirle al Gobierno lo contrario de lo que ha sido la trayectoria histórica de la coalición política que lo sustenta: dejar de defender a una porción de privilegiados, que han acumulado riqueza ajena por doscientos años en el país, es algo que no están dispuestos a transar.
Las cosas son más difíciles todavía cuando el debate sobre el “cómo” es también la orden del día en los partidos, fuerzas y movimientos políticos ubicados en la Oposición, que han logrado mantener una línea gruesa de acuerdos sobre el tema.
La derecha permanentemente introduce la cuña conceptual de que, y en primer lugar, todos por naturaleza somos desiguales, y que luchar por la igualdad es una batalla anti natura.
Aun más, se solaza retóricamente diciendo que la igualdad es la antípoda de la diversidad, y que en el pluralismo está la mayor riqueza de una nación como la nuestra. Y, naturalmente, como nadie está –o puede estar, al menos en los tiempos que corren- en contra del pluralismo, la derecha parece aventajada en este debate.
Sobre todo, cuando pretende convencer a la ciudadanía de que lo que necesita el país es una “sociedad de oportunidades”, y que en este objetivo radica su lucha en contra de la desigualdad.
Ante conspicua manera de torcer los argumentos, solo cabe a la Oposición dar un “giro a la realidad”, como dicen los españoles. O sea, el problema no son las oportunidades, sino las condiciones. Para que las oportunidades sean iguales, resulta indispensable igualar las condiciones. Ahí radica, desde mi punto de vista, el punto neurálgico de un futuro programa de Gobierno para el país.