Hace unas semanas trascendió un documento de la Fundación Jaime Guzmán titulado “11 principios de la comunicación política”. El texto era utilizado para talleres de formación de jóvenes.
¿Algunos de estos “principios”?: “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan” (principio de la transposición), “Construir cualquier anécdota, por pequeña que sea, una amenaza grave” (principio de la exageración), “Si una mentira se repite suficientemente, acaba siendo verdad” (principio de la orquestación), y así.
No sabemos el contexto en el cuál esos principios eran estudiados ni la clave de lectura que se daba por tanto me ahorro un juicio a la Fundación.Pero el texto es interesante en sí porque refleja lo que algunos entienden por estrategia política y lo que de hecho para otros representa lo más grotesco de la misma: el “Macuqueo”, acción del “Macuco”.
El macuco es el astuto, el que mira por su comodidad, el sátrapa, el ladino , el culebrón.Edwards Bello utilizaba bastante el término.
Huidobro hablaba del “huaso macuco” como de las cosas más distinguibles del Chile decadente de principios de siglo: “pobre huaso macuco disfrazado de artista o político que cree que diciendo: no comprendo, mata a alguien en vez de hacer el mayor elogio”.Siempre buscando la conveniencia. Para esto arma culebrones, arreglines de última hora y alianzas coyunturales. Lo importante es ganar. ¿Hacia el elector?Comunicación política.
La palabra la conocí en mis tiempos de universidad. El macuco representaba a aquel que tenía intereses ocultos. En él no se podía confiar. Por supuesto, esto en lo referido a lo político. En lo económico, daba lo mismo, el macuco se transformada en hábil, en un hombre de redes. Pero en política no. Es que imperaba además otro tipo: el puritano.
El puritano se situaba a cinco metros de la contingencia política. Meterse en política era mancharse, enlodarse. Donde se estaban jugando las cosas era en lo económico, lo religioso, y, para algunos, en lo social. Allí se descubría la verdad, el cómo se debían hacer las cosas. Frente al macuco de pasillo, la técnica y el trabajo social. Ni ahí con la política.Puros grupos de poder, obsesos que se la pasan discutiendo.
Es más, en el “ni-ahísmo” imperante de los noventa, de hecho, todo aquel que estaba en un partido político ya era en sí un macuco. Si el macuco estaba entrampado en las dinámicas del poder, el puritano, rechazaba el poder político: en la “capilla” o en el “campamento” estaba “la verdad” y desde allí había que construir el país.
La revolución pingüina del 2006 cambió el paradigma. La gran política estaba de vuelta.Por un lado, los macucos entrampados en las lógicas de poder tenían que ceder espacio a los que proclamaban ideales que iban más allá de los pequeños gallitos: que una elección más, que una elección menos… el partido era de grandes ligas: “No al lucro”, “Educación gratuita y de calidad para todos”… Descentramiento, mirada más amplia.Hay cosas que no se transan.
Por otro lado, los puritanos que no querían entrar en la política cedieron espacio a los que entendían que las peleas grandes no se dan en la “técnica” ni en la “reunión de cuadrilla”: había que meter “las patas en el barro” y asumir el riesgo de “mancharse”.Había que hacer alianzas, aunar voluntades, convocar asambleas… hacer política.
Así todo, el macuco está presente hoy. Sigue camuflándose de astucia pero no es más que política ramplona, aseguradora de poder. A los que experimenten cierta tentación al “macuqueo”, bien le hace pasar un tiempo de anonimato y sencillez junto a los pobres.Hacer voluntariado sin fines de lucro político. Empaparse de ideales, del sufrimiento de otros. Ganar en estatura moral y hondura.
Y el puritano también sigue presente. La política es lo que rechaza. Lo hace desde la trinchera de la impotencia. O lo hace desde la trinchera del acomodamiento. Bien le viene al que tiende al puritanismo, dejar de situarse a distancia de la realidad y tomar responsabilidades en la vida política. Vivir la tensión de tomar decisiones en un contexto de conflicto de intereses. Captar la tensión entre el ideal y la realidad concreta. Saber de contextos y tiempos.
Ni macucos ni puritanos se necesitan hoy en política. Sí hombres y mujeres que dediquen su vida a trabajar por cambios en nuestro país desde un afecto hondo por el más excluido y explotado. Con hondura, compasión e idealismo. Sin apego al status quo.
Y también hombres y mujeres que sean capaces de juntarse con otros, saber transar en lo que se puede transar para alcanzar acuerdos más amplios, caminar con otros. Saber esperar y captar las fuerzas contrarias. Entrar al juego democrático. En definitiva, hacer política. Con ideales pero sin mesianismos. Buena política.