En esta columna me propongo señalar, desde una perspectiva politológica democrática, algunas claves políticas para describir la complejidad de la política chilena.
Como he planteado en columnas anteriores, puede analizarse la política desde una mirada que la percibe como una actividad de interrelación humana organizada en torno al poder.
A su vez tal actividad se caracteriza centralmente por procesos de consenso y conflicto.
Consenso en cuanto quienes participan en política concuerdan en las reglas para el acceso, ejercicio y traspaso del poder; los medios aceptables para hacer política, sea desde el gobierno o desde la oposición; los contenidos básicos de las decisiones de políticas públicas que deben adoptarse, por ejemplo.
Conflicto en cuanto los participantes discrepan respecto de tales asuntos, lo que puede llevar a enfrentamientos, que incluso pueden llegar a ser no precisamente pacíficos.
La política en América Latina en general, y la chilena en particular, se caracteriza por su carácter conflictivo. Expresado sucintamente, existe mucho conflicto y poco consenso.
En ocasiones, cada cierto tiempo, el conflicto ha llevado a violencia extendida en la sociedad, entre grupos políticos que se enfrentan utilizando todos los medios o recursos políticos, incluyendo la violencia física.
Por cierto, también existen períodos en que puede predominar el consenso, la capacidad de entenderse, definir de común acuerdo las reglas políticas, los problemas que enfrenta la sociedad y concordar en ciertas medidas específicas para tratar de resolverlos. Pero, entre nosotros, tales períodos, tienden a ser escasos y de corta duración.
Por otra parte, la política chilena es heterogénea y divisiva, no homogénea y cohesiva. Más aún, puede argumentarse que no existe una convivencia política con algún grado siquiera básico de cohesión, de sentido de país, de Estado – aunque algunos, pocos, y generalmente cuando están en el Gobierno, reconocen y reclaman su necesidad.
De otro lado, en la realidad de nuestra política existen muchos actores individuales -liderazgos más o menos carismáticos- e innúmeros grupos sociales y políticos organizados, sean partidos políticos, grupos de interés, sindicales, empresariales, poblacionales, estudiantiles, comunicacionales, ciudadanos, etcétera.
Estos actores y grupos organizados no sustentan una visión común societaria básica, de aquello que podría ser compartido como tarea común de todos, o casi todos, sino que cada cual tiene sus ideas, intereses e ideologías.
A su vez, el alto grado de organización va acompañado por el hecho que al interior de todos los grupos existen diferencias, conflictos entre los líderes – y sus respectivos séquitos-, e intereses y visiones diferentes o con matices sustantivos de diferencia.
De este modo, la gran cantidad de actores, las diferencias entre ellos y al interior de ellos, las diversas visiones ideológicas y de intereses que sustentan y promueven, la tendencia entre algunos a estimar como legítimos todos los recursos en política, hacen muy compleja la vida política democrática.
A todo lo anterior habría que agregar las complejidades propias de las estructuras jurídico-institucionales y, más aún, de aquellas reglas informales, que regulan la vida de interrelación política democrática, las que tienden a ser conocidas solamente entre quiénes participan muy activamente y por períodos largos de tiempo en ella.
Por su parte, los partidos políticos chilenos (en plural), que son una institucionalidad clave de todos los regímenes políticos democráticos, actualmente juegan un rol débil en cuanto a articular y agregar intereses, ideas y demandas y dar sentido de dirección, de país.
En realidad comparten, internamente, las características antes señaladas: mucho conflicto, poco consenso; gran heterogeneidad y complejidad; conflictos entre líderes, facciones y visiones ideológicas diferentes; intereses de poder conflictivos y divisivos.
Algo similar puede anotarse respecto de las coaliciones de partidos que, cuando existen, tienden a ser conflictivas y por ende de corta duración, salvo algunas excepciones.
Las excepciones más cercanas son la Concertación –cuya futura supervivencia hoy está en duda- y la Alianza, que ha comenzado a afirmarse como coalición, aunque respecto de la unidad de ese sector político nunca se sabe, atendida su amplia experiencia y tendencia al conflicto y la disgregación.
Experiencia y tendencia que por lo demás comparten también las coaliciones de izquierda, como ha comenzado nuevamente a demostrarse en el caso de la emergente coalición del PPD, PR y PC.
En conclusión, opino que la política chilena no admite, analíticamente, recurrir a paradigmas interpretativos simples, ya que si ignoramos su complejidad terminamos por aportar nada más que análisis simplistas, sesgados y parciales.