Durante las últimas semanas hemos visto a través de la prensa muchos debates públicos en torno a mediciones, encuestas, datos, etc., que nos hablan -según el gobierno- de que se han hecho bien las cosas.
Al momento de enfrentar los resultados de una encuesta, se podría pensar en cómo ese indicador pudo haber sido otro. Problemas en la medición, aproximaciones metodológicas diferentes, incluso errores humanos pueden llevar a extraer interpretaciones de un determinado valor numérico que no son tal.
Seguramente lo descrito anteriormente es lo que les pasó a muchos con la encuesta CASEN o con el fin de las listas de espera AUGE.
Sin una guía que oriente el cómo se obtuvieron esos datos (como por ejemplo el aumento de la felicidad de la población, o la disminución en pobreza, en el caso de la CASEN) las conclusiones extraídas desde esos resultados pueden ser altamente cuestionables. Sin embargo, creo este no es el punto donde hay que profundizar el análisis.
El gobierno actual – que ejerce el rol de protección y promoción de la sociedad- señala con ruidos estridentes cómo los indicadores y porcentajes los avalan en su gestión.
Disminuye la pobreza, aumenta la felicidad, el crecimiento económico se dispara, las listas de espera AUGE desaparecen de la realidad hospitalaria, los subsidios y bonos se entregan a la población como si realmente el mundo terminara en diciembre del presente. Si incluso la escasa aprobación que tiene nuestro Presidente sigue siendo menos importante que el escaso apoyo que las encuestas muestran de la oposición.
Nos encontramos en un momento de la sociedad donde toda decisión se justifica desde la lógica de los indicadores y porcentajes.
Si el SIMCE sube 2 o 3 puntos nos encontramos frente a un sistema educativo que mejora su calidad, sin cuestionarnos mayormente cómo se desarrollan las clases en el aula; si el porcentaje de consumo de los chilenos aumenta, nos vanagloriamos de nuestra buena economía, sin pensar en las condiciones de crédito muchas veces abusivas de las cuáles muchos son víctimas. Es decir, los números, lo cuantitativo, permiten sentirnos un país que va en una autopista hacia el desarrollo.
No obstante a lo anterior esto sólo muestra lo irresponsable que se puede llegar a ser.
En este minuto el gobierno muestra caras sonrientes con los últimos números: según los datos otorgados por la encuesta CASEN la pobreza disminuye en 0,7 puntos porcentuales (Gobierno Informa, 2012) en relación a la medición anterior, sin entrar en el debate sobre la fidelidad de estos indicadores lo que nos debiera tranquilizar es que el ser pobre parece que poco a poco será un tema del pasado de nuestra realidad país.
Otra muestra de todo aquello es la asignación de subsidios habitacionales a familias del primer quintil de ingreso. Hemos venido observando -al menos mediáticamente- un notable aumento en la entrega de estos subsidios indicando que el déficit habitacional chileno disminuye a pasos agigantados. Pero con eso no es posible quedar contentos, pues se mantiene el voucher a cobrar, es decir, un subsidio asignado no es más que una “promesa” del Estado a cumplir ya que aún no existe ninguna vivienda donde vivir y el subsidio podría llegar a expirar.
La responsabilidad en medir las problemáticas de la sociedad deviene finalmente en una irresponsabilidad, en este caso del Estado, para hacerles frente.
Sólo en estos dos ejes temáticos (pobreza y déficit habitacional) es posible notar lo anterior.
La pobreza debe seguir siendo un tema de contingencia nacional. El hecho de que disminuya la pobreza y aumenten las transferencias (bonos) no nos indica que la crudeza que enfrentan un sinfín de familias en nuestro país haya disminuido; son personas excluidas del desarrollo, pero dentro del porcentaje de los aventajados.
Si se quiere ser responsable, que no se caiga en el anuncio fácil y excesivamente mediático.
Basta de ser irresponsables, hay que ser responsables en cómo se diagnostican las problemáticas o progresos de nuestro país. Pero sobre todo, ser responsables en asumir que los números son sólo eso, un indicador que muchas veces hace perder las proporciones y que puede llevar a una pasividad preocupante.
No es la intención de este escrito plantear un escenario sombrío, nuestro país efectivamente se desarrolla, pero no debemos perder la capacidad crítica respecto de nuestro entorno, no debemos escondernos en los porcentajes.
La pobreza y la exclusión social deben seguir siendo la primera prioridad aunque sea sólo del 1%; la educación siempre debe ser reflexionada en pro de una mejora aunque la prueba PISA alcance sus mayores índices; la vivienda debe ser un problema de corte nacional incluso cuando todos los subsidios entregados se materializan en una vivienda digna, pues así – y sólo así- podríamos llegar a considerar que somos mucho más felices que años atrás.