Los diálogos políticos se producen, en especial cuando se los convoca con publicidad, por la iniciativa de un actor que invita a conseguir resultados. Quienes se comprometieron desde la Concertación en un intento por acercar posiciones, no lo hicieron porque resultara fácil, porque les fuera grato o por qué no tuvieran algo mejor que hacer.
Dieron el paso porque hacían un gesto de confianza. Al planteamiento público de la idea de un acercamiento de posiciones debía seguirle un paso importante desde el oficialismo.
Se recordará que el acercamiento de Escalona tuvo fuertes reacciones en contra desde el PPD. No obstante, la dificultad se encaró, se hizo un amplio movimiento para reposicionar el diálogo con el gobierno y, finalmente, se revalidó el escenario inicial, contando –esta vez- con el respaldo de todos los partidos concertacionistas.
Justo cuando eso había ocurrido, vino la negativa desde la más alta autoridad ministerial de procedencia gremialista. Fue rotunda y contundente.
Como broche de oro, el propio Piñera, en su ya característico movimiento de péndulo, encaró al movimiento estudiantil, por estar influenciado por el partido comunista. Es decir, cerraron el diálogo hasta por las puertas laterales.
Puede pensarse que todo esto es una mala señal. Pero no lo creo así. Pese a todo, me parece que el triunfo será de los perseverantes.
Un movimiento tan descarado y público de la UDI, casi sin prestar atención a las formas, no se hubiera producido si no fuera porque el estado de las conversaciones preliminares que cercaban al gremialismo, no hubiesen estado a punto de conseguir su objetivo.
La amenaza tiene que haber sido grande para poner tanta energía en evitar que se concretara un movimiento a punto de rendir frutos. Por eso mismo, no creo que sea este el momento de desesperar ni de abandonar los intentos ya iniciados.
Habrá que ser persistente, pero se terminará por tener éxito. Este es un momento para los liderazgos políticos capaces de cambiar escenarios. Y para dejar posiciones subordinadas.
Si RN quiere volver a encabezar la derecha, ahora es cuando ha de sacudirse los yugos que, sin misericordia, le han puesto sus poco finos aliados.
La UDI está sola y únicamente cuenta con su capacidad de amedrentamiento para impedir que el sistema político se adapte a las nuevas condiciones que demanda una más amplia conciencia de los actores sociales.
Una pregunta no tiene respuesta desde el gremialismo: Si la mayoría de la ciudadanía quiere cambios políticos que les permita interesarse por participar de las decisiones nacionales, ¿quién puede ser tan arrogante para impedírselo?
La idea de “yo sé mejor que ellos lo que les conviene”, es algo inaceptable. Las nuevas versiones del despotismo ilustrado no tienen aplicación viable, más cuando las elites tienen que validarse frente a una ciudadanía crítica, informada y consciente de su importancia.
La justificación para la cancelación anticipada de un diálogo entre el gobierno y la oposición es una excusa. La apertura de las conversaciones no se condicionó de un modo impropio e inmoderado. Más bien ocurrió al revés. Se precisaron las condiciones en las cuales iba a ser considerado fructífero. A cambio de eso, el respaldo a la iniciativa estaba ampliamente garantizado.
No se puede decir que lo que estaba ganando fuera la intransigencia. Lo que había recuperado terreno era la vocación por construir acuerdos, aunque fuera con un gobierno impopular, encabezado por el gobernante menos querido del continente y con una capacidad de control de sus ministros-candidatos cercana a cero.
El diálogo se impuso en la oposición, no porque algunos creyeran que el gobierno sea eficiente, consistente y con un proyecto claro. Tampoco se trata de conversar sobre cualquier cosa, de los aspectos de agenda menos conflictivos, o los que no rozan los desequilibrios de poder.
Lo peor para el oficialismo es que no puede prescindir del entendimiento con la oposición, simplemente porque no puede soñar con imponer decisiones claves sin contar con un apoyo de sus adversarios.
Este no es un gobierno fuerte, ni tiene asegurada su continuidad, ni puede pretender gobernar por la vía de los decretos o las puras resoluciones del Ejecutivo.
Lo lamentable es que la UDI actúa como si la incapacidad de dar respuesta a las demandas ciudadanas por la vía institucional fuera infinita. Nada más difícil de creer.Hasta hoy las manifestaciones importantes han sido pacíficas aunque contundentes. Pero es insensato pensar que todo continuará igual de masivo, pacífico y resuelto, sin que se mueva una sola piedra de un edificio institucional con grave obsolescencia.
Los intransigentes trabajan para cambiar el diálogo por el enfrentamiento. Son los propiciadores de saltarse las barreras institucionales en pleno desprestigio. Esto lo hacen porque se autoasignan el papel de arquitectos de la paz política en Chile. Están en un error de apreciación.
La derecha (y no solo la derecha) suele creer que han sido las reglas del juego las que le han dado estabilidad a Chile. No lo creo. Tampoco es creíble, que el secreto de la transición chilena sea la ausencia de errores por parte de los gobiernos de la Concertación; sería afirmar el mismo error pero invertido.
El verdadero secreto ha estado en el comportamiento ejemplar de los chilenos comunes y corrientes. Tanto se deseaba la paz, que se perdonó errores, defectos y faltas. Todo esto por largo tiempo. Solo que ese tiempo se ha acabado, y ahora, las diversas autoridades tienen que probar que son útiles, necesarias y convenientes para seguir sirviendo al país.
La UDI llegó al poder con la promesa de promover y representar el cambio. Ahora la encontramos enfrentando a una clara mayoría ciudadana, en un movimiento retrógrado y sostenedor del pasado obsoleto, como pocas veces se había visto.Esto es el principio del abandono del puesto de liderazgo. No se puede ser tan recalcitrante sin terminar de pedir a gritos el ser relevado del lugar de privilegio que hoy ostenta.