Cuando hago una introspección honesta frente al tema del documental de homenaje a Pinochet promovido por un grupo de sus partidarios, constato que lo que siento en realidad es pena. ¿Por qué pena y no rabia? Esto merece una explicación.
Me da pena vivir en un país donde un grupo de despistados, a pesar de estar defendiendo una figura y una ideología completamente anacrónica, y sin destino alguno en el resto del mundo, son capaces de levantar una discusión que alcanza un carácter nacional.Sinceramente, no creo que muchos chilenos se interesen en defender al General Pinochet.
Cada día que pasa, su imagen histórica, que tuvo en un momento ribetes que la hacían en algún sentido creíble para algunos, se deteriora hasta el punto de que su nombre resulta ahora incómodo para casi todos los que fueron en un momento sus partidarios.
Hechos hoy día imposibles de esconder como las violaciones de los derechos humanos, los escándalos financieros, los detalles de su rol histórico y el modo traicionero de su participación en el golpe, su extremismo político, su escasa moralidad en sus intervenciones públicas, han ubicado su figura histórica en el lugar que en realidad siempre tuvo, pero que muchos compatriotas no supieron evaluar en su momento.
Digo “los chilenos”, porque para el mundo las cosas estuvieron bastante claras desde el primer momento: el extremo aislamiento de su gobierno mientras duró, es la mejor muestra de ello.
La palabra “Pinochet” en cualquier parte del mundo que no sea Chile, es sinónimo de lo peor que puede pensarse sobre el ser humano, algo de lo que todos se avergüenzan y repudian. Recuerdo un inmenso afiche de propaganda que apareció un día en las calles de París: el cartel mostraba las caras de Hitler, Stalin, Franco y Pinochet. Debajo se leía: “Ninguno de estos personajes leería Le Monde”.
O sea, lo que me apena es lo ajeno al mundo que somos los chilenos y cómo hemos pagado caro por esta triste característica.
La presencia de ese señor González en todos los medios chilenos, expresando con vehemencia su convicción de que Pinochet fue en realidad un gran estadista y que todos tendremos que reconocerlo algún día, es algo extremadamente vergonzoso.
Su manera de hablar venida de ultratumba, defendiendo valores tan anacrónicos como su traje o su peinado, es patética. Parece salido de un casting de película de terror. Uno lo observa y exclama: ¡No puede ser! ¿En qué país estoy viviendo? ¿Conocerá este señor los teléfonos celulares, los computadores, Internet, etc.? ¿Se habrá enterado de que la guerra fría se acabó hace tiempo? ¿Sabrá que las ideas que encarnó Pinochet jamás encontraron eco alguno en el mundo civilizado y de que por eso mismo fue encarcelado en Londres sin que nadie levantara la voz en favor suyo?
Inculto e ignorante – como todos los miembros de la Junta Militar, por lo demás (si alguien lo duda, lo invito a ver el documental de José Berzoza sobre el Chile de los militares) – Pinochet se creyó una especie de salvador del mundo occidental amenazado por el comunismo y creyó que su sangrienta cruzada en contra de sus compatriotas iba a ser saludada con vítores por todos los dirigentes democráticos.
Solo recibió desaires, porque nadie quiso meterse con un semi-bárbaro con las manos manchadas de sangre. Creo que no me equivoco al vaticinar que en nuestra historia ningún dirigente político chileno habrá sido objeto de mayores humillaciones que él.
Si todavía tiene algunos partidarios, la responsabilidad es de las fuerzas armadas, que nunca fueron lo suficientemente lúcidas como para tomar distancia con respecto a él y hasta lo recibieron con honores cuando volvió de Londres.
Esto sin lugar a dudas tendrá un costo en su momento, porque nadie sale indemne una vez que por fin la historia pronuncia su juicio sobre los hombres.
Se ha demostrado que durante el gobierno de Pinochet en Chile hubo terrorismo de Estado, se ha demostrado que en esos años fueron asesinados muchos chilenos, que hubo tortura, que se cometieron tropelías sin nombre en contra de los derechos de las personas, que muchos compatriotas – entre los cuales me cuento – fueron exiliados injustificadamente.
Se ha demostrado también que Pinochet engañó, que traicionó a un Presidente al que le había jurado lealtad, que dijo mentiras sobre lo que ocurría en el país que gobernaba, que intentó ocultar los atentados en contra de los derechos humanos.
Se ha demostrado que robó dinero y que acumuló una fortuna mediante el cobro de comisiones ilegales por venta de armas, es decir, que utilizó su puesto de gobernante para obtener ganancias ilícitas.
Se ha demostrado que estuvo incluso dispuesto a desconocer el resultado del plebiscito y que fue obligado a reconocer el triunfo del No debido a la presión de algunos de sus aliados. O sea, se ha demostrado que es un personaje detestable desde el punto de vista que se le mire.
Digámoslo francamente: hay que ser muy ignorante para pensar que se pueda volver a dar alguna prestancia histórica a un personaje tan repudiable como este.
Lamentablemente, todavía en nuestro país quedan de estos majaderos. Son una minoría, es verdad. Su discurso y hasta su presencia es ridícula, también es verdad. No tienen ninguna posibilidad de rehabilitar al personaje, cuyas ideas han quedado descartadas definitivamente de nuestra historia, es verdad. Por eso, lo que ocurre es que todo esto da pena.
Todavía no somos, ni lo suficientemente lúcidos, ni lo suficientemente modernos, ni lo suficientemente conscientes de lo que pasa en el mundo, como para que este tipo de cosas no sucedan. Pero tampoco hay que darles mucha importancia. La lucha en contra de esta gente ya se ha decidido. Para ellos, la batalla está definitivamente perdida.
Los que tenemos un mundo por ganar somos nosotros, los demócratas, los que queremos un Chile unido y próspero, que de una vez por todas haya dejado atrás a estos oscuros personajes venidos de las catacumbas.
Su homenaje nacerá muerto: el futuro ya se anuncia en una dirección muy diferente, y en el Pinochet será recordado, es cierto, pero como lo que fue: un expoliador, un mentiroso y un criminal.