En los últimos días ha existido un gran debate sobre los hechos del año 1973 que culminaron en el golpe de Estado del 11 de septiembre de ese año, llamado eufemísticamente “pronunciamiento”.
Ha coincidido con un claro enervamiento de las relaciones entre la Concertación y la Alianza hasta un extremo especialmente impropio en el lenguaje de esta coalición. Las respuestas también han sido congruas.
Finalmente, las encuestas no son auspiciosas para la Institucionalidad chilena, y sus resultados favorecen al mundo social de indignados, antipartidos y antisistemas.
He sido muy claro para expresar mi preocupación en esta mixtura de hechos destacados.
Soy opositor pero no deseo el infortunio del gobierno ni del Presidente, no le hace bien al país.
Creo en la democracia parlamentaria pero no puedo aceptar la forma que estamos haciendo nuestra labor.
Creo en la libertad para fundar partidos o hacer un parlamentarismo con plena presencia de independientes, pero no es un buen camino el éxodo de quienes se eligen por ciertas ideas y luego se desligan de su origen creando inestabilidades partidarias artificiales
Creo en el diálogo, en el enfrentamiento de ideas y programas y no en los ataques personales que degradan dicho diálogo.
Fuerza en el argumento y respeto en la forma es la conjunción adecuada.Cuando se desvirtúa aparece el riesgo democrático que no tiene otra solución que el sentido patriótico de un acuerdo nacional para serenar los espíritus y resolver los problemas.
No se es más leal al gobierno si se insulta a la oposición. No se es más opositor siendo “siempre opositor”. Se es más sabio cuando hacemos la fuerza en nuestros argumentos y se es más constructivo y patriota cuando se es vencedor en las polémicas en el rico idioma de nuestro lenguaje.
Eso exige el país hoy, resolver por acuerdo los grandes temas: representatividad política, igualdad de oportunidades, disminuir brecha económica, ética en el comportamiento y un debate serio y coherencia en el actuar.