Los partidos de oposición se encuentran en un proceso de rearticulación y redefinición de sus políticas de alianzas. Alentados por la comodidad de situarse en la oposición para realizar dicho debate, están exentos de la premura de las obligaciones y espacios de poder que se tiene cuando se está en el gobierno.
El fenómeno también tiene otros componentes. La posibilidad cierta de volver al poder gubernamental y el amplio abanico de fuerzas políticas al interior de la oposición, hacen de una mayor complejidad el debate respecto de la política de alianza.
En efecto, tenemos una dispersión de partidos políticos (formales e informales desde un punto de vista de la ley de partidos políticos); de movimientos sociales y ciudadanos (emergentes y con cierta tradición); de candidaturas presidenciales (estamos llegando a la docena desde el mundo de la oposición) y de organizaciones sociales abiertamente opositoras a Piñera (CUT, CONFECH, Colegio de Profesores, entre otros) todas son variables cruzadas, a veces, por las mismas personas que participan de diversos roles.
El cuadro anterior puede ser visto como una dificultad, problema u obstáculo o bien como un desafío, una posibilidad o un impulso a la conformación de un nuevo referente.
Es en este cuadro donde surgen posiciones atávicas de los actores políticos en torno a fórmulas tradicionales. Entiéndase mantener la Concertación o pretender formar un referente de izquierda.Todo lo anterior marcado por el debate del supuesto protagonismo que se quiere imponer, en el referente político que llegará al poder en marzo del 2014.
¿Cómo ordenar dicho debate? La fórmula está en la discusión en torno al programa de gobierno que, según la opinión de varios actores, debería estar marcado por el modelo de desarrollo a construir en el Chile actual.
Sin duda es un debate con muchas perspectivas de futuro, frente a otros que quieren revivir posiciones de hace 40 años atrás para definir el conglomerado político del próximo año. En lo personal me parece sospechoso y ya probado dicho argumento (recordemos la campaña de Pinochet en los 80 para evitar la unidad de la oposición de entonces).
Sin desconocer el mérito y la importancia de la Historia para explicar la situación actual, creo que la línea divisoria para una política de alianza debe estar en torno a las posiciones que se tienen con respecto a temas como la renacionalización del cobre, la educación pública gratuita y de calidad o el impulso a una asamblea constituyente que elabore una nueva Constitución.
Es así que en algunas comunas se han conformado frentes amplios de convergencia social y política que, con mucho esfuerzo y poca visibilidad en los medios masivos, han desarrollado una práctica y experiencia política de debate y de acción sobre diversos temas, salvando coyunturas electorales y proyectando los compromisos de unidad hacia más adelante, en torno a un esquema de modelo de desarrollo a construir desde las bases políticas y sociales del país.
Siempre surgirán voces que quieran establecer los factores de división antes que los de unidad, los que quieran recordar la historia pensando en dinamitar el presente más que iluminar el futuro, los que privilegien proyectos individualistas (rayando en el narcisismo) antes que proyectos mancomunados, sin colocar ningún elemento de distinción contra los verdaderos adversarios políticos.
Nos referimos a los que controlan las grandes fortunas y privilegios, los que manejan los grandes medios de comunicación, los que acumulan sus riquezas para ellos y para sus hijos, los que venden nuestros recursos naturales a cualquier capital con tal de que se puedan asociar con ellos, en definitiva y desgraciadamente, los verdaderos dueños del país.
Por lo anterior, estamos los que planteamos: ni Concertación, ni Frente de Izquierda sino una nueva mayoría social y política, un nuevo conglomerado que se genere en torno a la construcción de un modelo de desarrollo para el país: un Frente Amplio de Convergencia Social y Política.