Cuando en enero de 2010 los electores votaron por Sebastián Piñera para Presidente, lo hicieron en parte por sus méritos y en parte sufragaron disconformes con 20 años de promesas incumplidas. Los votantes, desencantados de la demagogia y la ineficiencia de los años finales de la Concertación, cuya culminación desastrosa se visualizó en las oficinas de la ONEMI el fatídico día del terremoto.
Los tiempos y la oportunidad histórica no permiten que el Gobierno de Sebastián Piñera, sea un gobierno de centroderecha tradicional, como muchos de sus partidarios hubieran esperado.
Es más bien un gobierno de transición tras 20 años de Concertación y la mentada “transición a la democracia” con el costo adicional de un terremoto a cuestas. Bien se dice que lo mejor es enemigo de lo bueno, y sin duda este Gobierno se va a consumir todo el período presidencial en la reconstrucción y en intentar aplacar las demandas insatisfechas de las administraciones anteriores.
Como bien explica Alfredo Jocelyn-Holt, este no es un gobierno de posición doctrinaria sino más bien un Gobierno de gestión, de continuidad, por lo que no tiene características ideológicas, más bien se trataría de un liderazgo pragmático. Sin embargo es una transición hacia gobiernos de idearios libertarios, sustentado en la lógica de que la centroderecha –en especial sus cuadros más jóvenes- se está renovando dejando de lado el pasado dictatorial al cual se adscribió en el pasado dicho sector.
El mismo Piñera siempre supo aquello. Ignoro si previó la baja popularidad por la que pasaría su transición, pero sí anunció que en su gobierno “Chile se apronta para iniciar una nueva transición, tan grande, tan noble, y tan difícil como la que iniciamos hacia fines de los 80 principios de los 90″, una “transición nueva, joven, del futuro, desde un país subdesarrollado, con pobreza y con desigualdades excesivas, que es ese que nos ha acompañado durante nuestros 200 años de vida independiente, hacia un país que logre con mucho orgullo y humildad ser el primer país de América Latina que pueda decir que hemos superado la pobreza, hemos superado el subdesarrollo”.
No existe proceso transitivo que sea sencillo, como tampoco lo sería un viaje largo o como no lo es cualquier adolescencia. Chile traspasó la barrera de país subdesarrollado y se instaló en estándares de exigencia propios de país OCDE. Y ese proceso de transición ha sido particularmente complejo. Por ello el exceso de demandas a este Gobierno y no a los anteriores. Por eso la baja de popularidad del Presidente y de toda la política.
En ese escenario, las únicas variables de medición son la capacidad de gestión –cuán realizador es este gobierno, legislativa y administrativamente- y su sucesión.
En el primero de los ítems, a la administración Piñera le va bien. Sólo por centrarnos en un ítem, a la mitad del gobierno el 71% de los compromisos legislativos del Gobierno está aprobado o en tramitación: el Posnatal de 6 meses, fin del descuento del 7% de la salud a los jubilados, subsidio de vivienda a la clase media, la portabilidad numérica, Sernac Financiero , Ley de Tolerancia Cero al alcohol en los conductores, la creación de más de 700 mil nuevos empleos en sólo 2 de sus 4 años de Gobierno, el Bono Bodas de Oro, el ingreso ético familiar, la Ley de Inscripción Automática y Voto Voluntario, las 110 mil nuevas becas de Educación Superior, 400 mil en 2014, el fin del CAE, la beca vocación de profesor, los liceos bicentenario, y todos los cambios que se están impulsando en Educación en todos sus niveles, preescolar, escolar y superior, por enumerar algunas. En cuanto a realización, este ha sido un gran gobierno.
Así, la mala evaluación por la opinión pública resulta explicable. El sello personalista de un Presidente que previo a serlo fue un exitoso empresario, cosa que irrita a muchos, sumado a la más grande campaña de desprestigio personal montada por la oposición que haya sufrido Presidente alguno desde que volvimos a vivir en democracia, explican por qué la evaluación del Presidente es baja. Pero ello no refleja demasiado, toda vez que lo relevante en un gobierno de transición es quien lo suceda.
Y, como parece avizorarse, el desastre que la centro izquierda política –en particular la concertación- experimentará en las Municipales, permite visualizar que el escenario más probable sería el de que uno de los ministros del Presidente Piñera asuma en marzo de 2014 como Presidente.
El sello del gobierno del Presidente Piñera está definido por aquello: ser un gran gobierno de transición cuya gran meta técnica sea el cumplimiento íntegro de su programa y de la reconstrucción pos-terremoto, y cuyo proyecto político sea entregarle la banda presidencial a alguien de su sector.
Si cumple ambas variables –y parece que así será- este gobierno será plenamente de éxito.