Pretendiendo ser original, el presidente de Renovación Nacional, don Carlos Larraín, ha señalado que “estoy dispuesto a votar, incluso, por una persona que venga de la Concertación, siempre que se arrepienta de su vida pasada, por supuesto”.
Bien sabemos que en política nadie es infalible, de manera que todo protagonista sensato del acontecer nacional rectifica o reconoce –en su propio estilo y convicciones- lo que ha realizado mal o bien.
Sin embargo, más allá del ámbito de la política existe una dimensión moral, inseparable de la política, que la derecha que representa el ingenioso senador ha rehuido sistemáticamente: el compromiso con una dictadura que practicó el terrorismo de Estado y violó sistemáticamente los derechos humanos.
Lamentablemente, sobre eso no hay arrepentimiento. Una sola figura relevante de ese sector, Joaquín Lavín, ha manifestado que, de haber sabido la verdad, hubiera votado “No” en el plebiscito de 1988.
En este dilema, el elástico del ingenio no es suficiente y conociendo en el Parlamento a muchos dirigentes importantes de la derecha, estoy seguro –y espero no equivocarme en ello- que no se sienten cómodos con la actitud de complicidad reverencial que tuvieron con el dictador.
Sé que rechazan los horrores del régimen, pero fueron al funeral del sátrapa y han guardado silencio hasta hoy.
Sé bien lo que se me responderá: que sigo “anclado” al pasado. Pero el verdadero anclaje está en la impotencia de la derecha para ajustar cuentas con esa etapa de su historia, es como uno de aquellos días que uno quisiera que no hubiera ocurrido nunca.
Sin embargo, sucedió y, paradojalmente, mientras más tratan de huir, más quedan amarrados al mismo, mientras no lo enfrenten y digan: “nos arrepentimos”.
Por ahí debiera comenzar don Carlos Larraín. Lo demás, lo jocoso o no de sus dichos, es cuestión que debe apreciar cada uno.