Realizadas las primarias de la Concertación para elegir candidatos a alcalde, hay que hacer un proceso de reflexión sobre este acontecimiento inédito en nuestra historia política.
Se trata de un proceso exitoso si se han de juzgar sus resultados más importantes. La participación de más de trescientas mil personas en un acto voluntario es, sin duda, impresionante.
Y, por cierto, queda claro que la Concertación se muestra como un conglomerado capaz de organizar eventos nacionales de gran magnitud, en orden, sin tropiezos serios y movilizando miles de militantes en la implementación misma del acontecimiento.
En lo que dice relación a las personas que han sido electas, también nos encontramos con un resultado muy positivo. Más de 140 elecciones han dado ganadores que, una vez proclamados, contarán con la legitimidad suficiente para representar a la oposición en su conjunto o, a lo menos, a la parte de la oposición que privilegia el derrotar a la derecha por sobre cualquier otra consideración.
En cuanto a la que se vincula con el ejercicio del liderazgo público, también hay un resultado de gran importancia.
Ocurre que, en el caso de los alcaldes en ejercicio de la Concertación, en particular de la gran mayoría de aquellos que se presentan a la reelección, se produce un efecto benéfico.
El ejercicio prolongado de un cargo, sin posibilidad de competencia en el propio sector, produce cierta sensación de protección permanente que no es buena para nadie.
En este caso, las primarias han sido una ventana para la competencia, sana y saludable la mayor parte de las veces. Hubo alcaldes derrotados. Se dieron desafíos reales entre liderazgos alternativos. Varios ediles tuvieron que esforzarse mucho más de lo que se imaginaron para volver a ganar. Sin duda, este ha sido un aprendizaje importante para todos.
Pero tal vez falta lo más importante. Desde su origen las primarias fueron un proceso con resultado incierto. Habla muy bien de los presidentes de los partidos de la Concertación (quienes por lo general no reciben muchos halagos) el que se hayan atrevido a dar curso a una iniciativa que podía modificar profundamente la relación entre partidos aliados.
En efecto, ahora sabemos que las primarias trajeron buenas y malas noticias para cada partido, puesto que los éxitos y derrotas se repartieron de manera equitativa. Pero nada de esto se sabía con antelación. Bien pudo ocurrir que un partido, en solitario, resultara vencedor de las primarias produciendo un fuerte desequilibrio al interior de la centroizquierda.
Con el riesgo que se tomó, se abre un amplio cauce al procesamiento del cambio de comportamiento político de los ciudadanos. Fueron ellos los que tuvieron la palabra decisiva. Pudieron concurrir más o menos cantidad de personas a esta votación. No obstante, lo decisivo fue que no se le negó la participación a nadie y eso tendrá un enorme efecto legitimador que se expresará en octubre.
Aquí llegamos al punto decisivo: un procedimiento de selección de candidato se juzga en relación a lo que hacen otros para seleccionar sus candidatos. Ponerse como punto de comparación un ideal de participación democrática sería de una ingenuidad inaudita.
En la realidad, lo que pasa en Chile es que la decisión de quien es o no candidato en la derecha la toman no más de 30 personas. En cambio, la Concertación decide consultando a 300.000. Esa es la diferencia.
En la UDI los que toman estas decisiones caben en un ascensor; en la Concertación, las personas movilizadas por uno sólo de sus partidos no caben en el Estadio Nacional. Esa es la diferencia.
Con todo, hay que aprender de esta versión inicial de las primarias. Se puede comprobar que, aunque le hemos dado un mismo nombre, en realidad se ha tratado de dos eventos muy diferentes.
En las comunas pequeñas y medianas, las primarias son un evento central, que compromete a toda la comunidad o ciudad involucrada. En estos municipios, la acción de los candidatos logra impactar fuertemente en los electores, los que se movilizan, por lo general, ampliamente el día de la votación.
En cambio, ha quedado en evidencia que en el caso de las grandes ciudades estamos hablando de otra cosa. Comparativamente, la participación ha sido menor, aunque importante. Es más, es difícil que los ciudadanos se vean informados e impelidos a votar en primarias sin una campaña intensiva de comunicación en vía pública.
La Concertación no hace su proceso de elección de candidatos en el vacío. Los medios de comunicación de derecha han dado su opinión a través del silencio: no quisieron que se sepa lo que les incomoda, por eso lo hacen desaparecer de pantallas y titulares.
Del mismo modo, hay que entender que las primarias son vistas por la derecha como una oportunidad de intervenir en un proceso ajeno. Es casi irresistible para los alcaldes de derecha el influir (solapadamente o no) en las primarias de la Concertación, casi siempre en beneficio de un candidato más débil, a fin de que quede seleccionado un adversario al que sea más practicable derrotar en la elección abierta.
Esto no cuestiona para nada el proceso de primarias. Los resultados son lo que son y no se los discute. Pero hay que tomar en cuenta la posible intervención externa a fin de tomar las precauciones del caso. Hay que recordar que todos hemos aprendido de este proceso y el oficialismo, también.
Las primarias son un instrumento útil para la renovación política de la Concertación. Pero es un instrumento y no una panacea. Como tal puede ser perfeccionado y mejorado para sus futuras versiones.
De momento queda en evidencia que las primarias solo las pueden desarrollar, como evento nacional, una coalición con vigencia y con futuro. Las primarias claman por un discurso igualmente convocante, es la tarea pendiente de toda la oposición para los próximos meses.