La muerte del joven Daniel Zamudio ha conmocionado a todo Chile. La pandilla que lo torturó y asesinó nunca pensó que su acción criminal sensibilizaría tan profundamente a la sociedad chilena.
En la superación de una herencia cultural de siglos, machista y homofóbica, la memoria de Daniel Zamudio se constituirá en una lección inesquivable de hasta donde puede llegar la intolerancia y la brutalidad si no somos capaces de aceptarnos en nuestra diversidad y como seres constitutivos de una nación común, pero necesariamente distintos como personas.
Recuerdo que tiempo atrás la derecha atacaba duramente a las fuerzas de izquierda de pretender -era la acusación- imponer una sociedad igualitaria, cuestión que fuera de sí, la derecha definía como imposible.
Ahora pareciera que la situación se ha invertido, la votación del grueso de los parlamentarios de derecha que han rechazado el proyecto contra la discriminación se origina en la incapacidad de aceptar la diversidad, de reconocer la individualidad esencial de la persona humana.
Qué triste y duro es presenciar una derecha conservadora que sólo acepta la diferencia en el volumen de los millones que definen las fortunas de los suyos.
La desigualdad social que fractura la convivencia humana y se llega a ensanchar al punto de tensionar la paz social es una brecha que debe ser enfrentada por un Estado protector de los débiles.
Desde que existe la memoria histórica los humanos tratamos que entre ricos y pobres no se instale una brecha irreversible. De ello depende la estabilidad de una nación.
Tenemos situaciones como la de Haití en que la pobreza no es sólo lacerante sino que una herida profunda que ha puesto en peligro su propia continuidad como nación.
La aceptación de la diversidad camina en un sentido diferente y, sin embargo, el objetivo nacional es convergente. La meta es la estabilidad democrática, una sociedad capaz de entenderse y convivir en paz.
Los humanos no podemos existir aplastándonos unos a otros, organizando golpes o represiones por razones de raza, opción sexual o creencias religiosas. Son muchos los casos en que así ocurrió y la civilización se estancó o estuvo cerca de destruirse, naciones poderosas se hundieron y aún se hunden en el pantano de disputas que las desgarran por la intolerancia y la incapacidad de aceptar las diferentes opciones o identidades de los suyos.
Los grupos neonazis son generados por el embrutecimiento y la ignorancia, no postulan un proyecto de futuro, solo quieren saciar el odio y el espíritu de revancha.
Chile puede y debe superar este brote de intolerancia y resentimiento creando una nueva visión de país, una convocatoria a rehacer el tejido social y una voluntad de nación compartida y no un país escindido por sus desgarramientos internos.
Tal es el desafío, una sociedad de hombres libres e iguales en responsabilidades y derechos, pero cuya identidad es diversa, por lo cual, deberemos saber caminar juntos en la diversidad, de manera que el Chile de las próximas décadas no solo sea viable sino que además hermanable y fraterno.