Contrariamente a lo que ha ocurrido una y otra vez durante los dos años de gobierno, esta vez no fue Piñera el que salvó de la hoguera a su amigo y principal consejero Rodrigo Hinzpeter, cuestión que ha hecho cada vez que, incluso en sus propias filas, gritaban su nombre para encabezar un cambio de gabinete.
Paradojalmente, fue el vocero del Movimiento Social de Aysén, Iván Fuentes, quien rescató a Hinzpeter de una inminente acusación constitucional por la excesiva represión policial en el austral territorio, mandatada desde el ministerio del Interior.
Quien junto al pueblo patagón fuera una de las víctimas de la aplicación de la errática Doctrina Hinzpeter, al concretar el “humo blanco” en el trabado conflicto que se extendió por 40 días, en la práctica hará que se diluya la advertencia al gobierno del PRI y los independientes de sumarse a la oposición y apoyar el libelo contra el polémico ministro del Interior, si la violencia no cesaba en Aysén.
El carismático líder que de niño sufrió en carne propia la pobreza (caminaba kilómetros descalzo para llegar a la escuela) y que la sigue sufriendo al vivir en una toma cuyas casas ni siquiera cuentan con ducha, le ha dado una lección de negociación a los más conspicuos abogados de Harvard y a Hinzpeter, sin pensarlo, le tendió una mano.
Es tal la controversia que ha generado Hinzpeter, que en esta ocasión ni unas vacaciones en México para sortear la presión podrían rescatarlo.
Si no se hubiera resuelto el conflicto que -una vez más- dejó en evidencia la torpeza política del gobierno para enfrentar crisis, Hinzpeter no podría seguir estirando el elástico como lo ha hecho hasta ahora con el cuestionamiento a sus criticados mecanismos para mantener el orden público, incluso cuestionados por la CIDH.
La doctrina Hinzpeter ha llevado al gobierno de Sebastián Piñera al filo de una crisis de gobernabilidad. Y como él mismo adelantó cuando fue parte de un montaje junto a la Embajada de Estados Unidos acusando erróneamente a un ciudadano pakistaní de ser terrorista, “nadie es perfecto y nos seguiremos equivocando”. Hinzpeter se equivoca una y otra vez, en su obsesión por encontrar terroristas y hacer un guiño a la derecha dura.
El amigo personal del Presidente fue persistentemente incapaz de realizar la coordinación política que le cabe en su rol de jefe de gabinete y lejos de mejorar la seguridad pública como cabeza del ministerio del Interior, no fue capaz de cumplir con una de las principales promesas de campaña.
Serán sus años de amistad, su incondicionalidad, su idea de la “Nueva Derecha”, su apoyo a una reforma tributaria pensada desde antes de llegar al gobierno o lo que fuere, pero lo cierto es que Piñera lo ha blindado cada vez que es cuestionado en su capacidad política y en su restringida y represiva concepción de orden público.
Sin embargo, al proteger a Hinzpeter, Piñera terminó condenándose a sí mismo.
Porque en materia de seguridad ciudadana y orden público, Hinzpeter supera las peores prácticas de la “Vieja Derecha”. Como fallido ministro del Interior, Hinzpeter logró en dos años lo que en 20 años había costado tanto construir: quebró la confianza de la ciudadanía en Carabineros de Chile, que pasó de encabezar el ranking de las instituciones mejor evaluadas según las encuestas, a ser una de las más temidas.
La mayoría de las detenciones realizadas en distintas ciudades del país después de manifestaciones ciudadana son ilegales, por lo que los detenidos terminan siendo liberados después de horas.
El reconocimiento del propio Director General de Carabineros, Gustavo González, quien admitió excesos policiales en Aysén, le quita el piso político a la Doctrina Hinzpeter, porque la represión ya no aparece como un legítimo costo a pagar por parte del los organismos represores del Estado por lograr la paz social, sino que es entendida por la cabeza de Carabineros como una salida de los cauces institucionales.
Hinzpeter logró lo que la Concertación no fue capaz de sostener: agrupar a la oposición contra el gobierno por la represión.
Flaco favor le ha hecho Hinzpeter a su amigo Sebastián al exponerlo ante el mundo como el represor de movimientos sociales, cuando ante Naciones Unidas él mismo calificó la causa estudiantil como “noble, grande y hermosa”.
Su torpeza política en la extensión innecesaria del conflicto en Aysén y su desprecio por los dirigentes sociales a quienes no dudó en aplicar la Ley de Seguridad del Estado, al igual que al pakistaní y a los inculpados en el caso Bombas, le han implicado al gobierno de Piñera un alto costo que éste no está en condiciones de asumir, dados sus umbrales históricos de baja popularidad.
Pero a Hinzpeter se le está acabando la fiesta.
Al ser conminado por Piñera a resolver la crisis en escalada en Aysén de una vez por todas, Hinzpeter se vio obligado a replegar las Fuerzas Especiales de ese territorio.
Lejos de lograr la paz social (retrotrayendo a oscuros años las peores prácticas policiales), Hinzpeter ha conseguido la encrispación social y ha hecho tambalear la gobernabilidad de la que tanto se ufana este país, por la incapacidad del gobierno de canalizar las demandas sociales y transformarlas en políticas públicas.
Parafraseando el simbólico slogan del Movimiento Social por Aysén “Tu problema es mi problema”, el problema de Aysén terminó siendo el problema de Hinzpeter. Y si bien esta vez el sencillo pescador lo salvó de la acusación constitucional, capaz que en una próxima “equivocación” ni Piñera lo salve, dado que él no salvó a su gobierno.