Ha aparecido en el horizonte el tema de los candidatos presidenciales en la Concertación.
Es interesante que, hasta ahora, este aspecto estuviera siempre relacionado con lo que sucedía con Bachelet, o con lo que ella decidiera. Más que de iniciativas autónomas, se trataba de réplicas condicionadas a lo que sucediera con una figura principal e indiscutida.
Ahora los puntos de referencia son más amplios, se fundamentan en oportunidades generacionales, nuevas visiones de futuro, aportes originales, etc.
No tienen que ver con el cálculo de probabilidades. Por eso, no es cosa de juzgar las recientes candidaturas proclamadas o por proclamar en la Concertación, desde el punto de vista de costo y beneficio.
Doy por descontado el que es una imperiosa necesidad que la definición de candidaturas presidenciales no puede ni debe impedir que el trabajo político de la oposición se concentre donde debe: en la campaña municipal. Incluso más, la proyección de liderazgos nacionales no ha de entorpecer el desarrollo próximo de las elecciones primarias de la Concertación.
Si el factor presidencial dinamiza la actividad política, entonces bienvenida sea. No se ve por qué tenga que ser un motivo de dispersión o de distracción respecto de lo principal.
De manera que, más que preocuparnos por el destino de tal o cual aspirante, lo que previamente podemos constatar es que la aparición de sus actividades en este rol señalan que están respondiendo a una necesidad más amplia que las puramente personales.
Existe la necesidad de liderazgos porque desde el gobierno se está generando un vacío.
Desde el regreso de la democracia, no habíamos tenido un mandatario con menos influencia social. Si nos detenemos un minuto a meditar, caeremos en la cuenta que las intervenciones presidenciales provocan cada vez menos réplicas, favorables o desfavorables.
Es como si no fueran lo suficientemente interesantes, sustantivas o definitorias. Sebastián Piñera habla cada vez menos, y es probable que esto sea mucho mejor que el exceso de intervencionismo paralizante del principio del mandato.
La prueba de que ha llegado el tiempo de las presidenciales es que la misma derecha ha iniciado, sin disimulo, la búsqueda de su candidato, sin darle demasiada importancia al hecho de que estamos a mitad del periodo de un presidente por el que no siente demasiado entusiasmo.
De hecho, en donde están causando más efectos la aparición de los presidenciables es en el oficialismo, puesto que todos sus aspirantes están en el gabinete, y no dejan de combinar sus agendas institucionales con las de proyección personal.
Sin embargo, a nadie parece impresionarle demasiado la situación. Es como si la debilidad intrínseca de Piñera permitiera licencias que no se le hubieran permitido a ningún otro gobierno.
El efecto general que se produce es que nadie se desvive por la actual administración. Sin explicitarlo, hasta sus partidarios lo consideran un caso perdido. Si alguien guardara una duda al respecto, no tendrá más que esperar a que lleguen las elecciones municipales para terminar de convencerse.
Lo que va a ocurrir es que, mientras muchos candidatos a alcaldes y concejales exhibirán ostensiblemente sus fotos con Bachelet, sólo un puñado se arriesgará a enemistarse con sus electores asociando su imagen a Piñera. El presidente resta y no suma apoyo a los candidatos. Si ellos llegan a salir electos será a pesar de su vínculo con el mandatario.
Lo peor de todo es que, en dos años, se ha producido un fuerte deterioro de la imagen presidencial, justo cuando más se la necesitaba en un momento en que el prestigio de las instituciones públicas se encuentra seriamente deteriorado.
Demás está decir que, no obstante el oficialismo puede presentar buenas cifras en más de un área, lo cierto es que la derecha se ha auto-infringido una fuerte derrota al cumplir su sueño de regresar a La Moneda. Es un fracaso político: están siendo continuadores mediocres de lo que había, pero no han presentado una identidad propia, distintiva y que pueda justificar su mantención en el poder.
Lo que les queda como opción por ofrecer es el informarnos que cuentan con el proyecto correcto, pero que nos han presentado para encarnarlo a la persona incorrecta. En otras palabras, los años que le quedan al actual gobernante no van a ser los más dichosos de su vida, no por lo que pueda hacer la oposición, sino por lo que harán sus aliados.
La Concertación va por otro camino. A ella su electorado le pide un cambio más completo, para volverle a entregar su confianza. Es un problema de elenco, no de carencia de una figura fuerte. No es un tema de imagen sino de vinculo ciudadano efectivo. No se refiere a la actuación de un partido, sino de la actuación colectiva que aún no alcanza el nivel de calidad que se le exige.
Por eso, en un sentido más profundo, no se trata de que la Concertación “regrese” al poder, puesto que el pasado nunca retorna. Se necesita que la centroizquierda se convierta en mayoría para responder a las demandas ciudadanas de hoy y de mañana.
Varios líderes de la Concertación están queriendo asumir la tarea de coordinar y dirigir este movimiento colectivo de actualización y renovación. Se trata de ofrecer alternativas, de promesas iniciales. Tal vez el listado inicial de primeras figuras no esté todavía completo, pero tampoco falta tanto para que las alternativas reales se completen.
En cualquier caso hay que tener claro que estamos en el inicio de un ciclo político.Por eso, no estamos escogiendo un líder para un solo evento, sino abriendo el abanico de los dirigentes de una nueva era.