En varias ocasiones anteriores he manifestado mi oposición a candidaturas del Partido Demócrata Cristiano y de la Oposición lanzadas antes de las elecciones municipales. He recogido los argumentos en contrario pero los últimos hechos políticos me confirman en la razón que me asiste.
Los argumentos son muy simples. En política es imposible trabajar simultáneamente en un tema inmediato y en un tema a dos años porque tarde o temprano chocan los intereses y los candidatos municipales se verán tironeados por la adhesión a futuro.
Experiencias hay ad libitum. Más temprano que tarde los precandidatos chocarán en sus aspiraciones comenzando por las declaraciones que enervarán – inevitablemente – las campañas en el momento más difícil para la Concertación y donde más unidad se requiere.
Sin embargo el argumento mayor es la extremada publicidad que la prensa nacional le ha dado a la proliferación de las candidaturas y las declaraciones de cada uno de los candidatos o pre, precandidaturas. Esto recuerda varios dichos que señalan que cuando la mona aplaude hay que preocuparse.
¿Significa eso que nos oponemos a la renovación o la aparición de nuevos liderazgos? Jamás y esa acusación de algunos precandidatos es falsa e irrespetuosa porque la juventud es rebelión y “volar contra el viento” pero no arrogancia.
Tampoco es negar la apertura a nuevas opciones, sino reclamar la inoportunidad frente al requerimiento angustioso que la Democracia Cristiana nos exige hoy: primero programas, después estructuras en la base social y después las personas que nos representen.
Creo que para la Concertación es igualmente válida esta solicitud, pero también hay una exigencia de tolerancia con los demás partidos, especialmente cuando se ha sido responsable del Gobierno por varios años en lo bueno y también en los errores.
El país quiere cambios, pero sobre todo quiere cambios en las conductas personales hacia la generosidad, hacia el bien común partidario, social, humano, cultural y nacional y hacia la concepción de país unitario y solidario.