Si algo resulta evidente, y por ende unánime, en los análisis del convulsionado “Chile actual”, es que han emergido los malestares políticos y económicos contenidos por años.
Malestares políticos relacionados con un sistema binominal que dio forma a una democracia restringida y procedimental que no representa el espectro ideológico y programático de un país, como todos, diverso.
Malestares económicos que tienen en la desigualdad el baremo sobre el cual se erigió no sólo una estrategia de crecimiento sino también un modelo de desarrollo. En ambos casos, además, la emergencia de estos malestares ha contradicho la imagen-país que predominaba sobre Chile en el mundo y que, por lo mismo, ha despertado interés en su desarrollo.
La constatación de estos malestares vinculados a las demandas por inclusión social que se extienden por buena parte del territorio, sin embargo, apenas marcan el inicio de las preguntas.
Por ejemplo: ¿Cómo se combinan esos malestares con la dinámica sociocultural de la transición? ¿Cuánto reflejan ellos las identidades ocultadas por un discurso dominante? ¿Qué derechos se defienden, se amplían y se reclaman?
Por lo pronto, se puede afirmar que los movimientos sociales y las demás formas de protesta canalizan no sólo demandas concretas sino también expresan algo más: otras prácticas, otras lógicas, otras culturas presentes en la sociedad chilena. “Novedades” para muchos pero que, bien vistas, en realidad sólo permanecían invisibles hasta su emergencia en el espacio público y mediático.
Se puede afirmar, asimismo, que la acción colectiva ha emergido con fuerza en diferentes regiones del mundo tras las más diversas consignas que van -sólo por nombrar los casos más emblemáticos- desde las luchas por democratización política (países árabes), hasta la oposición contra el gobierno corporativo (Ocuppy Wall Street), pasando por los Indignados españoles y su hartazgo de orden sistémico.
Es decir, a nivel mundial se evidencia una ola de protestas a partir de lo que Joseph Stiglitz ha denominado “los malestares de la globalización” y que llevó, sintomáticamente, a que la revista Time consagrara al “manifestante” como personaje del año. Y por cierto, como antídoto para el provincianismo, se debería pensar el caso chileno como parte también de este ciclo.
A propósito de lo mediático, una tercera afirmación que se puede hacer es que tanto en el caso chileno como mundial se ha evidenciado que la disputa en las calles se ha trasladado, sin abandonarlas, hacia las redes globales de comunicación, constituyendo Internet un importante aliado de los movimientos sociales y las diversas formas de protesta.
Al margen del debate maniqueo de si las redes son fundamentales o accesorias, de si son pura libertad o vigilancia, lo relevante es conocer cómo los movimientos sociales se las apropian, no obstante las reconocidas “brechas digitales”, y hacen del activismo digital un recurso para sus causas.
Es decir, cómo los movimientos construyen sus identidades y relatos, sus propias noticias, y en esa medida disputan la representación de los acontecimientos a los medios de comunicación masivos.
El retorno de las ciudadanías, así en plural, es nuestra hipótesis. Si admitimos, siguiendo a la mexicana Rossana Reguillo, que la ciudadanía es una categoría que tanto define a los sujetos frente al Estado como los protege de éste, es factible suponer que en el Chile actual los alcances y significados de esa relación intentan ser definidos por la sociedad.
A diferencia de las últimas décadas en las cuales la ciudadanía estuvo más bien diseñada “desde arriba”, hoy los límites de ese diseño fueron rebasados y se propone una “ciudadanía desde abajo” que tiene en los movimientos sociales y las diversas formas de protesta a lo largo del país a sus principales impulsores.
Esta concepción de ciudadanías plurales se relaciona, de un lado, con las fuentes de los malestares ya enunciados, pero adopta también posiciones afirmativas, como se puede apreciar en las propuestas, las soluciones, las alternativas de los movimientos sociales.
Para la brasileña Evelina Dagnino, las ciudadanías plurales se basan, además, en el derecho a tener derechos, un principio que representa un proyecto por relaciones sociales más igualitarias y que es un proceso innovativo, creador de nuevos derechos.
Y es, precisamente, sobre el desarrollo de esta hipótesis a partir del convulsionado “Chile actual” de lo que quisiéramos seguir hablando en las próximas columnas.