La derecha está haciendo noticia por sus diferencias, la Concertación está dando que hablar por la próxima realización de sus elecciones primarias. Son dos formas de enfrentar un mismo cambio nacional que sacude nuestra vida social y política.
Ambas reacciones tienen mucho que ver con la historia de cada conglomerado y con sus deudas pendientes. Hasta hace poco, la derecha política se miraba a sí misma como un sector que compartía un mismo proyecto de país, pero sin cultura de coalición. A lo más había logrado un eficiente pacto electoral que le permitía un decisivo control parlamentario, pero no mucho más.
La llegada de Piñera al poder parecía una síntesis por demás virtuosa: a una afinidad de fondo, le seguía ahora una disciplinada acción de los partidos. Esto era un mérito nuevo y, más allá de las deficiencias mostradas por la Concertación, explica el éxito electoral en las presidenciales.
Demás está decir que, junto al cambio de gobierno y de coalición, lo que parecía abrirse no eran cuatro años de administración de derecha, sino una larga temporada en el poder.
Ahora esta percepción ha cambiado significativamente. Tomando en perspectiva, la diferencia con lo que eran las evaluaciones hace dos años, tienen su símil en la centroizquierda.
Hasta hace poco, la Concertación se ha visto como un grupo heterogéneo de partidos y de culturas partidarias bien conscientes de sus diferencias, pero igualmente convencidos de la necesidad de permanecer unidos. La Concertación ha sido, ni más ni menos, que la diversidad progresista convertida en fuerza política de cambio gradual.
El conglomerado de centroizquierda no partió del supuesto de que compartía un proyecto de país de largo plazo. Lo que hizo fue construir ese proyecto político por etapas, en la medida que el éxito electoral que le procuraba su unidad política le permitía irse consolidando en el tiempo.
Al contrario de la derecha, y casi hasta el final de su gobierno, la Concertación fue mayoría política pero no mayoría parlamentaria.
De manera inversa, la Concertación termina su ciclo en el gobierno sabiendo que ha cambiado a Chile para mejor, pero con un claro sentido de agotamiento. Para unos se ha agotado un ciclo, pero no la coalición misma; mientras que para otros el agotamiento era general. En cualquier caso, y como era evidente, las derrotas no suelen ser momentos en los que se irradie optimismo, y este tampoco fue la excepción.
Si en dos años han cambiado tanto las expectativas sobre lo que puede ser el futuro político de Chile, esto se ha debido a que tres actores clave en el proceso han dejado de comportado “como es debido”.
La derecha daba por obvio que gobernaría mejor que la centroizquierda, y ha acontecido lo contrario; se dio por obvio que la Concertación se dividiría y, pese a la reiterada insistencia elitista en minusvalorar los meritos y centrarse en la autocrítica, no se encontró reemplazo a la unidad como requisito para recuperar la mayoría ciudadana; y, tercero –siendo lo más significativo- el silencio social que caracteriza a los ciudadanos por tiempo prolongado, dio paso a una activa participación y movilizaciones en el espacio público.
En el 2010 hubo sismo terrestre y en el 2011 un sismo político. Nada quedó en su sitio y, como ya dijimos, no quedó más alternativa que hacerse cargo de las deudas, desidias y faltas del pasado. Solo que estas no eran las mismas a ambos lados de la cancha, y por eso es que la derecha chocó por el binominal y la Concertación entró en proceso de primarias.
Ha quedado en evidencia que, en último término, los partidos de derecha no se han mantenido juntos por amistad cívica sino por coacción. El más fuerte ha impuesto las reglas y este ha sido la UDI. Las reglas del juego del sistema electoral favorece al partido mayor, y por eso el gremialismo ha sido tan drástico en la defensa del sistema binominal.
Pero la subordinación permanente como sistema de vida no puede ser el mejor de los mundos para RN. Por eso su directiva se atrevió a golpear la mesa.
Por un momento su conducción pareció dudar ante su propia osadía, sin embargo ha decidido mantener desplegada la bandera de la autonomía. En el fondo, lo que se ha planteado aquí es el tema de la hegemonía en este sector, y esto recién comienza.
En la vereda de enfrente, no son pocos los que consideran que no se ha reflexionado lo suficiente sobre las causas de la derrota presidencial. Todo es opinable, pero lo cierto es que se ha sacado una conclusión básica y compartida: separarse de los ciudadanos es una falla política grave y es indispensable abrir la toma de decisiones políticas a quienes quieran hacerlo, sin exigirles para ello la militancia partidaria.
La experiencia de las primarias es nueva para los partidos y para la Concertación. Errores se han podido cometer, problemas no previstos han aparecido, ha quedado claro que no todo se resuelve consultando. Pero la definición básica tomada ha resultado correcta.
Efectivamente la renovación de los liderazgos se acelera apelando al pronunciamiento ciudadano. Nuevamente la política toma contacto con lo cotidiano y lo cercano.
La Concertación no optó por encerrarse en sí misma, a la espera de que los vientos cambien, sino que decidió cambiar abriendo puertas para que el escenario pudiera cambiar a su vez.
Hacia fin de año este proceso estará muy consolidado. Habrá nuevos líderes, se habrán aplicado nuevas prácticas. Algo bien distinto a quedarse esperando las novedades.