Y ahora ¿Quién puede salvar a los políticos tradicionales?
El fin de la voluntariedad de la inscripción y la libertad de voto enfrenta a los partidos políticos al desafío más grande que han debido asumir en los 22 años de democracia: la renovación del padrón electoral.
La reforma de inscripción Automática y voto voluntario, impulsada enérgicamente por el gobierno del Presidente Piñera, es sin dudas la reforma electoral más significativa que ha experimentado nuestro sistema democrático, al menos desde 1990.
El primer y obvio efecto de la misma consiste en ampliar en más 4,5 millones de votantes potenciales el padrón electoral, que se suman a los cerca de 8 millones que votaban obligatoriamente –bueno, casi- en el pasado.
Pero un segundo efecto, derivado del anterior, es el rejuvenecimiento de los votantes. La reforma promulgada recientemente permitirá por primera vez en 22 años que los jóvenes, y sus temáticas sean protagonistas de la próxima campaña electoral.
Si consideramos a los nuevos electores, los de edad inferior a 35 años son más de 3,5 millones, o sea el equivalente al 77% de ampliación del padrón y un poco menos de la cuarta parte de los votantes en general.
Ya era hora. Los jóvenes hoy no están. Están ausentes desde la épica campaña del SI y del NO de 1988 de la discusión pública.
Sin duda la irrupción con fuerza, irreverente y desafiante, de los jóvenes estudiantes durante este año demuestra que la generación “Chino Ríos”, aquella que se jactaba de no estar preocupada de los problemas y la contingencia, ha ido dejando paso a jóvenes más participativos, inquietos e interesados en los temas que les son relevantes.
Si los jóvenes han estado ausentes del debate público, lo han estado mucho más de la política, tanto institucional como vivencialmente.
Para muestra, un botón: la Ley Orgánica de Partidos Políticos no considera la existencia de “juventudes políticas”. Los jóvenes, a ojos de los políticos de lado y lado por largos 20 años, han sido vistos como “mano de obra barata” para campañas, como repartidores de panfletos y dípticos, pero nunca como actores de discusión.
Ni siquiera en los partidos que se precian de tener “canteras de formación de jóvenes”, pues al final estas no son sino mecanismos de atracción de “pequeños politiquillos” que se han conformado con conferencias de prensa los días domingo y un par de acciones sociales o trabajos de invierno o verano que les sirven de captación de más masa militante.
Los lugares donde se toman decisiones, evidentemente, aun les están vedados.
Y es obvio que así haya sido. Los jóvenes al no votar no son considerados en la discusión.
Un buen ejemplo de ello es la comuna de Rengo, en la VI Región: la población electoral de la comuna a noviembre de 2011 es de 27.376 electores, y el número de votantes entre 45 y 49 años es de 3.555. En cambio, los electores inferiores a 20 años, suman solo… 26.
Adivinará el lector donde concentra sus energías el candidato con el padrón actual: la educación, las redes sociales, los temas de los jóvenes, no han sido su preocupación, porque es inútil –electoralmente hablando- preocuparse de ellos.
El discurso oficial de los políticos, por dos largas décadas, ha sido el de preocuparse de los jóvenes, pero ignorándolos en los hechos.
La apuesta es, pues, a que la política municipal no sólo se pueda basar como hasta ahora en temas propios de centros de madres o clubes de adultos mayores. Los políticos del siglo XXI, pos inscripción automática y voto voluntario no sólo deberán preocuparse del por qué los jóvenes no han participado en política, sino también qué quieren hacer los jóvenes que se acerquen a ellos.
Los estudios demuestran que los jóvenes de hoy sí están interesados en política.Muchos solo esperan ser seducidos con propuestas orientadas a ellos. Los políticos que no lo crean o no lo entiendan se llevarán ingratas sorpresas.