Cuando un gobierno quiere cambiar el país tiene estrategia, cuando quiere sobrevivir únicamente tiene tácticas. Y la principal táctica de un gobierno débil consiste en lograr que el centro de atención deje de ser su falta de fuerza y energía, dirigiéndose hacia cualquier otra cosa.
Eso es lo que está aconteciendo en estos mismos instantes. El problema real del país es que el gobierno no ofrece seguridad ni garantiza el orden público. A cambio de tener que enfrentar este espinoso asunto, lo que tenemos es un debate artificial, promovido activamente desde el ministerio del Interior, con la fiscalización nacional.
Siempre hay que recordar que la atención ciudadana no es infinita. Puede concentrarse en pocos temas. Cuando la agenda se llena de una polémica falsa, artificial o secundaria, lo que llena el campo de visión de la ciudadanía es un distractor que no deja ver lo fundamental debido a la cortina de humo.
Demás está decir que un gobierno es tan mediocre como necesidad tenga de implementar este tipo de recursos, que son los propios del desesperado que se enfrenta a una situación que lo supera.
Hasta la mejor administración puede pasar por un mal momento, y bien puede que sea fácil mencionar siempre el caso del uso poco elegante de una maniobra distractora como las mencionadas en cualquiera de los gobiernos pasados. Pero, hasta ahora, lo que habíamos presenciado eran situaciones excepcionales, no algo que tuviera las características de un hábito adquirido. Esta es la demostración más palpable del ostensible deterioro político de la administración Piñera.
Lo que evidencia lo distorsionado de la coyuntura política actual es que nos encontramos con un Presidente de la República protegiendo a un ministro, cuando lo usual que suceda es justamente al revés.
Si un mandatario se ve en la obligación de mantener a una persona de su confianza porque carece de otras de igual condición, entonces algo muy fundamental está fallando.
Los ayudantes que tienden a hundir al presunto ayudado nos dicen mucho de este último. Son pocos los que se dejan arrastrar a una situación tan descabellada.
Llenar el tiempo con discusiones inconducentes es una manera de confesar que no se va para ningún lado. En el caso que comentamos, el largo cultivo de una polémica innecesaria significa que el gobierno ya terminó (en lo fundamental) y que, lo que ahora sigue es una larga espera hasta su reemplazo. Lo que se intenta es que los problemas que se han vuelto sin solución no lleguen a ser tan evidentes que dejen al oficialismo en una incómoda evidencia.
En el fondo, el problema es que al Ejecutivo no tiene una orientación central y eso termina por desconcertar a la oposición, pero también desorienta al propio oficialismo.
Como faltan propósitos que unifiquen la acción de todos, en cierto modo hay permiso para que cada cual se dedique a sus intereses político partidarios. De este modo hemos llegado a la insólita figura de un subsecretario (del Interior para variar) involucrado en reuniones para oponerse al presidente de su partido.
Por supuesto es tan cierto que ninguna persona pierde sus preferencias partidarias por estar en La Moneda, como lo es que no puede involucrar su investidura con los conflictos internos de su tienda política. Es un asunto de mínima sensatez y casi de condición de entrada para ejercer un cargo de primera línea política en el Ejecutivo y de permanecer en él.
Lo peor es que Carlos Larraín, el presidente de RN, tiene toda la razón al decir que no hubiera pasado lo mismo con el presidente de la UDI, al poco rato estaríamos hablando de un ex subsecretario. Con semejante desorden, desigualdad de trato y licencias para establecer agendas personales es muy difícil que el gobierno concite respeto entre sus adherentes, promueva la lealtad con el Presidente y amplíe la confianza en un liderazgo.
La falta de unidad de mando en el Ejecutivo es una mala noticia para todos.Si nadie tiene el timón del barco, menos va a preocuparse de lo que hace la tripulación. Al entrar en un período electoral esta situación resulta explosiva y peligrosa.
Cuando se toque el clarín con la llamada partidaria, habrá muchos en el gobierno que reconozcan filas, pero no se sabe muy bien quién va a poner los límites.
El predominio de los intereses inmediatos se ha hecho evidente en la Alianza pero, más que actuar en forma mezquina, lo que denota es que se está actuando en defensa propia.
Apegándose estrictamente a la verdad, hay que decir que, tanto RN como la UDI, le han dado oportunidades de sobra a Piñera para que ordene su propia casa. No lo hizo. Ya nadie cree que lo pueda hacer. Lo que más puede lograr es salir “del fondo de la tabla de posiciones” para terminar en una deslucida medianía, sin mucho gusto a nada.
Después del fracaso de Piñera como conductor de su coalición, persistir en pedirle peras al olmo sería una actitud suicida. Mucho más confían los líderes de los partidos de derecha en su propio juicio, que en el de su presunto conductor.
Saben que han fracasado en el gobierno, pero que ello no es, necesariamente un fracaso en las urnas. O, más bien, en los resultados parlamentarios que se consiguen en un sistema binominal que les ha sido siempre tan generoso en los malos momentos.
Por eso creo que en el futuro nos encontraremos con tres conductas de la derecha política: van a privilegiar las acciones con efecto electoral; van a competir sin miramiento entre ellos, pero con orden; y no van a alterar las reglas del juego que los favorecen.
Mientras, el ministro del Interior seguirá embistiendo molinos de viento.