Las reformas democráticas en Chile son urgentes y variadas. Muchas de ellas tienen gran consenso declarativo pero aún siguen pendientes: inscripción automática, voto voluntario, elección popular de COREs, ley de primarias voluntarias y vinculantes, modificación al sistema binominal, iniciativa popular de ley, transferencia de competencias a los GOREs, nueva ley de partidos políticos y financiamiento público para estos últimos, entre otras.
Nuestro sistema político, si bien ofreció estabilidad durante la transición, hoy pierde legitimidad y capacidad política. Existe aparente consenso y preocupación en el mundo político por la velocidad en que nuestra democracia se desprestigia, pero los cambios demoran en llegar.
Las reformas ante los evidentes problemas del país son apoyadas públicamente de forma transversal, sin embargo, en paralelo el lobby conservador -de Concertación a Alianza- frena y dilata dichas reformas.
Lamentable ejemplo de éste espíritu de la no-reforma es la Inscripción Automática y el Voto Voluntario.
Si bien durante el 2009 la mayoría del Congreso aprobó su incorporación a la Constitución, quedó pendiente la Ley Orgánica para su implementación. La promesa fue tener operativo el nuevo sistema para la elección municipal del 2012.
Las “pinzas”, el plazo vence el 31 de noviembre para su aprobación y se ve difícil. Para algunos el sistema funciona mejor dejando excluidos a más de 2,5 millones de jóvenes. Se equivocan garrafalmente, esa democracia no es sustentable.
Al comparar a Chile con nuestros socios de la OCDE, nos va bastante mal en estas materias. Según los “Indicadores de Gobernanza Sustentable” de la Fundación Bertelsmann, nuestro país alcanza el número 23 (dentro de 31) en cuanto a calidad democrática. En cuanto a justicia social nos va aún peor, obteniendo el lugar 28 (también de 31).
De continuar la senda de la no-reforma y el status quo, Chile perderá prestigio y su democracia bicolor seguirá mostrando síntomas de agudo cansancio.
Para ser desarrollados no sólo será necesario seguir manteniendo instituciones que funcionen, también será necesaria una combinación entre democracia competitiva, mercados transparentes y políticas sociales con acuerdos nacionales ejecutados eficientemente por el Gobierno.
Para repensar nuestro sistema político, hay que entender que el mundo y los individuos cambiaron. Una gran mayoría ya no se rigen por ideologías, sino, por intereses legítimos y propios, sus votaciones ya no son por grupos o cruzadas evangelizadoras, sino que por causas transversales, por ello la tradicional idea de partido político surgido a mediados del siglo XIX y descrito por Maurice Duverge, da paso a otros tipos de organizaciones más espontáneas y en ocasiones más volátiles, partidos de opinión más que teóricos.
Para los conservadores del sistema político tradicional, la llegada de nuevos y muchos actores al terreno político, son los fantasmas de la fragmentación y un debilitamiento de la institucionalidad. Sin embargo, nuestra realidad cambió, el mundo del trabajo cambió, y lo más importante, los ciudadanos cambiaron, hoy son más individuos que militantes.
Llegó el momento de un sistema político más competitivo.