Siento una fascinación por la versatilidad de los carritos de completos, sean individuales o trabajados por más personas. En los más humildes hay un hombre o mujer orquesta que adapta un carretón para instalarse en alguna esquina, por lo común de madrugada. Tienen la atención puesta en recibir su pago, el tipo de sánguche solicitado, aguantan a los borrachos y más encima dan el vuelto correctamente.
También hay remolques, donde dos o máximo 3 cocineros atienden a las hordas mongolas de la noche.
Por lo común son hombres o mujeres dispuestos a mantener a su familia rompiéndose el lomo de esta forma, en lugar de buscárselas en un mall, hipermegasuper o un servicentro.
Pero, existen además grandes comerciantes con trailers descomunales con varios sangucheros autómatas donde se entregan sin cesar papas fritas, ases, lomitos y churrascos.
Por lo común sirven a un público automovilista y son la versión explotadora del asunto. No importa la amplitud de comida rápida entregada, esos mega trailers están también asociados a la palabra “completos”.
“Vamos al carro de los completos” es una expresión fácil de oír, no importando el tamaño de éste. “¡De acá te estoy cachando las de perro!”, es otra dicho siempre por un amigo mío oteando el interior del carricoche a modo de talla, luego de haber hecho el pedido.
Convengamos sobre la diferencia entre la comida chatarra y la casera o la popular. Una correcta nutrición la vamos a encontrar sin duda con una dieta rica en fibra, vegetales, frutas, legumbres, mariscos, carnes rojas, blancas, todo en armonía. La comida chatarra es también legítima, siempre que sea una excepción, un divertimento.
La comida chatarra nos sacia para continuar resignados nuestra rutina laboral o amenizar un paseo. La popular, por el contrario, es tributaria de nuestras tradiciones, historia y alma como pueblo. Uno se puede ir a vivir a la comida popular, no salir de ella y seguir bastante sano, pero vegetar en la comida rápida es nefasto para la salud.
Bueno, acá viene la reflexión: La Concertación sería sólo un megacarro que vende completos. No son el heroico carrito individual de la esquina o el emprendimiento guapo de dos o 3 personas en un arrastre. Se trataría de esa versión sin alma, con miles de trabajadores laborando a mil por hora, escasos de tiempo para reflexionar, crear vínculos, proponer innovaciones, donde sólo importa la hora en que se abre para la demanda.
El conglomerado es de ésos, al cual uno no va a ir a pedirle una variación o evolución del producto que ofrece sin mayor cavilación. Su ADN es hacer mayonesa rápida, pues siempre vendrá pronto la hora del turno electoral en esta democracia de mercado.
No le pidamos ni justicia social, refundaciones, arancel diferenciado, educación pública gratuita y de calidad, legislación laboral real, protección efectiva del medioambiente, la segunda fase exportadora, tampoco justicia real en DDHH, una constitución no fascista, un sistema electoral no pinochetista, o que marchen por las calles junto a los movimientos sociales.
Ellos están acá para entregar algo tan práctico y simple como la comida chatarra. Ni siquiera, pueden ofrecer el “italiano” republicano de la fuente de soda.
Los trabajadores de estas galeras empresariales sufren el síndrome de Estocolmo respecto al dueño y están sólo para intentar “relatos” mediocres sobre becas y créditos, no para construir utopías relativas a las conquistas sociales que nos quitó la dictadura.
A veces hay un sanguchero en estos mega boliches rodantes, que habla bien y tal como Lagos padre cita a los demás a una charla fuera del turno, en el piso 14 del Senado.
Pero no para una arenga elevada, donde se propondrá evolucionar hacia el restaurant épico con comida más sana.
No, es al revés, el convocante está más preocupado de la calidad de la comida rápida ofrecida y les dice, mientras la prensa aguarda: “Miren cabros, debemos elegir qué tipo de sánguches vamos a vender de acá a 20 años, los de Noruega o los de Portugal”, cosa muy cómica porque la receta y los insumos empleados vienen todos desde la Escuela de Chicago, su proveedor.
En la madrugada del 28 de octubre de este año, según relata LUN, dos amigos de bohemia se fueron a negro en Pío Nono, pues les pusieron benzodiazepinas a sus “italianos” para aturdirlos y robarles. Según el médico del Hospital del Trabajador, les pusieron una fuerte dosis hipnótica en la mayonesa.
Desde 1990 la derecha pinochetista y la Concertación colaboracionista nos han dado sólo comida chatarra, estoy convencido que en los aliños también pusieron deliberadamente clonazepanes y ravotriles.