Una oleada intensa de indignación y movilización ha invadido y conmueve el mundo en nuestros días.
Un diario inglés (“The Guardian”) preparó una especie de mapa de tal indignación y movilización y en suma puede concluirse que casi no existen países o áreas del mundo contemporáneo en que este fenómeno no haya ocurrido. ¿Cuánto durará? Nadie lo sabe.
Los indignados y sus movilizaciones son exitosas, en el sentido que convocan a numerosos grupos de personas que se manifiestan con entusiasmo y convicción – la única excepción parece ser Australia en que la convocatoria de los indignados no logró atraer ni a los canguros (algo de humor conviene, de vez en cuando).
La gran mayoría de las movilizaciones han ocurrido sin violencia, tras convocatorias atractivas y manifestaciones respetuosas de los derechos de los no-indignados o quizás también indignados pero no dispuestos a manifestarse en las calles.
Italia y Chile han sido la excepción a esa no-violencia.
En Chile, una tras otra, las marchas, manifestaciones, tomas, retomas y ocupaciones ciertamente ilegales de escuelas, universidades y hasta de la ex sede del Congreso Nacional en Santiago, han ocurrido acompañadas de violencia.
Así, alrededor de mediados de octubre del 2011 un rápido conteo mostraba que en el año 2010 han ocurrido 108 marchas, muchas de ellas convocadas por el movimiento estudiantil.
Objetivamente, sin proponer todavía un análisis de las causas y responsabilidades, todas o casi todas esas muestras de indignación movilizada han sido acompañadas de desmanes y violencia: 1.567 detenidos, 348 querellados, 12 privados de libertad y un número indeterminado de indignados sujetos a alguna medida cautelar.
La violencia ha provocado daños a bienes públicos y privados en todos los lugares en que las movilizaciones han ocurrido.
El Alcalde de la ciudad de Santiago estima en alrededor de 1.100 millones de pesos los daños originados en las manifestaciones.
Esta cifra puede ser discutida, puede incluso ser quizás exagerada, pero que ha habido violencia y daños, los ha habido
Ahora bien, el contenido de las demandas de tales movilizaciones es bastante claro y conocido si se trata de las materias educacionales.
Sin embargo, si se trata del régimen político las proposiciones se vuelven menos claras y apuntan sobre todo a que se estaría ejerciendo la democracia (que algunos denominan “verdadera”) y en contra de la política, los partidos políticos y los políticos (“que se vayan todos” o “el pueblo sin partidos avanza unido”, rezan algunos de los slogans en Chile).
Veamos. Es cierto que en las movilizaciones se ejerce la democracia política. Pero una parte de ella, aquella que dice relación con las libertades de reunión y de expresión.
Sin embargo, la democracia política es más que aquello, bastante más.
La democracia real, la existente, la conocida, incluye también las instituciones políticas, los partidos políticos, la selección de candidatos, las campañas electorales, las elecciones libres e informadas, el derecho y el ejercicio del sufragio, el Congreso y los procesos legislativos, el poder judicial independiente y autónomo, el estado de derecho.
Esas instituciones y procesos políticos son complejos y, si son ejercidos con responsabilidad, requieren tiempo, estudio, arduo trabajo, paciencia, voluntad y capacidad de articulación, agregación, diálogo y compromiso.
Está por verse si los ciudadanos indignados y movilizados estarán dispuestos a organizarse y entrar en la política democrática tal y como ella es.
Sea para cambiarla desde dentro, si así lo quieren, o si adoptarán el camino de seguir indignados, movilizados y acompañados de la violencia sin proponer algo razonable que sea aceptado por los otros ciudadanos que, en democracia, tienen su misma dignidad y derechos.
También –y más importante aún a mi juicio- está por verse si los políticos chilenos, especialmente los de centro, centro izquierda y centro derecha, perciben la gravedad de la situación actual y son o no capaces de captar las causas de la indignación y movilización y de liderar un esfuerzo democrático para lograr más y mejor democracia política, no menos.