Chile acumuló desde 2004 ahorros por 4.000 millones de dólares para compra de armas, según información contable oficial reciente. Una cifra similar ya la gastó en ese período en equipos que jamás irán a una guerra.
Los 8.000 millones de dólares destinados por ambas vías a compra de armas desde 2004 equivalen a decenas de veces lo invertido anualmente en post natal, pensiones solidarias e investigación científica.
Duplican de hecho el monto del GANE, el proyecto del presidente Sebastián Piñera para mejorar la educación.
Las cifras impresionan.
¿Sabía usted que Chile posee hoy 44 cazabombarderos F-16, apenas cuatro menos que Polonia, país cuya amenaza histórica es Rusia, coloso por cierto no comparable con nuestros vecinos?
Hoy la Armada chilena tiene 2,5 veces la capacidad de la Armada peruana, pero igual el ministro de Defensa Andrés Allamand visita Israel, país que nos ofrece aviones espía no tripulados y sistemas integrados de comando para la infantería.
Nada de eso impide, sin embargo, que Perú nos demande internacionalmente por la delimitación de la frontera marítima.
Además, ninguno de los aviones, submarinos o tanques impedirá tampoco que cedamos soberanía, si el Tribunal Internacional de La Haya lo decide en no más de dos años.
¿Qué sentido tiene entonces gastar en armas más dinero que en políticas sociales prioritarias?
Ninguno, usted tiene razón.
Las compras masivas de armas fueron la forma en que los gobiernos democráticos pagaron la lealtad de las Fuerzas Armadas a la democracia en transición. Y algunos políticos y militares creyeron que era necesario. Compraron esa tesis.
Hoy, sin embargo, esos supuestos no tienen sentido y es necesario pasar a una estrategia de defensa más económica y eficiente de “soft power”. Es decir, que privilegie la integración y sistemas duales de defensa.
O sea equipos que sirvan para hipotéticas guerras, pero sobre todo para operaciones de despliegue ante catástrofes, como son los buques anfibios o los aviones contra incendios convertibles en naves de carga.
A 2050, a la vuelta de la esquina, Argentina, Perú y Bolivia serán países de desarrollo medio o alto, con una población conjunta de unos 100 millones de habitantes. Nosotros seremos 20 o máximo 22 millones.
Gastar y gastar dinero en armas no resolverá nada, pues entonces las asimetrías tradicionales en contra nuestra serán enormes e insalvables.
¿Qué hacer? Invertir, invertir e invertir en integración, redes y desarrollo. El llamado “soft power”.
Gastar 500 millones de dólares en un plan conjunto de integración del norte de Chile, Perú Bolivia es más rentable geopolíticamente que toda una flota de cazabombarderos F-16.
¿Sabe por qué a Argentina no le importa nuestro armamentismo? Porque saben que no vamos a disparar una sola bala contra ellos. No podemos, allá están nuestras inversiones.
Allá también están los 5.000 jóvenes chilenos que emigraron a ese país hermano, para poder estudiar gratis.
No confundamos más las prioridades y las visiones estratégicas.
¿Qué hará la clase política con los 4.000 millones de dólares ahorrados para armas?