Las señales provenientes desde la sociedad chilena han ido, de manera creciente, diseñando un entorno de crisis, intensa, seria.
No sabemos con certeza si entre la población existe una percepción radicalizada de la crisis y de su salida; pero que ella existe, existe.
A mi juicio, la situación puede derivar a una crisis del modelo, del sistema, de la política, del régimen político, de la sociedad, de enfrentamiento violento entre los segmentos sociales en que se divide la segmentada sociedad chilena.
Ese escenario es el preferido y es impulsado por un sector -denominado “ultra”, que en mi opinión no está conformado solamente por el lumpen- que trata de incentivar, profundizar y radicalizar la crisis, hasta convertirla en una situación revolucionaria.
Al respecto, pienso que nadie tiene derecho a estas alturas de nuestros conocimientos históricos y politológicos de ignorar o hacerse ilusiones: las revoluciones siempre van acompañadas de violencia extendida en la sociedad.
Otros –denominados “moderados”, entre los cuales me incluyo- están por tratar de convertir la crisis en una oportunidad de cambios, de transformaciones sustantivas, pero pacíficas, mayoritaria y democráticamente consensuadas, para pasar de situaciones malas a situaciones mejores, sin violencia, dentro de un régimen político democrático, por imperfecto que sea.
En lo que a la reforma concierne, especialmente si es sustantiva, tampoco podemos ignorar o hacernos ilusiones ya que se trata de un proceso político muy difícil.
Requiere de gran maestría política, de movilización y organización, moderación, capacidad de articulación, diálogo, conciliación y agregación, liderazgo político inteligente, paciente y carismático.
Considero que si la actual crisis de Chile es enfrentada bajo la perspectiva de una reforma sustantiva, puede representar una oportunidad.
Una oportunidad de dar un salto cuantitativo y cualitativo hacia adelante, hacia una sociedad, economía, cultura y política más inclusiva de aquellos segmentos vulnerables, pobres, o incluso de extrema pobreza, que han ido quedando al margen de nuestro desarrollo a lo largo de décadas de concentración de la riqueza, abusos, falta de oportunidades, pésima distribución del ingreso.
También se trata de una oportunidad de inclusión de aquellos segmentos de clase media-baja y media-media que han sido ignorados por quiénes, conscientes de la existencia de la pobreza, han concentrado o focalizado sus esfuerzos en ese sector.
Con todo, es preciso anotar que las crisis no siempre son una oportunidad. Pueden serlo pero también pueden llevar a derrotas, en que se transita de situaciones malas a otras aún peores.
Así, es posible identificar momentos de crisis, situaciones societales específicas en que –parafraseando a Mario Vargas Llosa en su novela “Conversación en La Catedral”- un país se jode (excusen lectores el duro vocablo, pero es aquel que ese gran escritor utiliza).
Podemos entonces, o más bien yo puedo preguntarme y preguntar: ¿será que las generaciones siguientes identificarán la actual crisis como una de aquellas en que, otra vez, “se jodió” Chile?
Está en las manos de todos, pero especialmente de los políticos, de los partidos políticos y de los ciudadanos movilizados -y ojala organizados- asumir los liderazgos políticos que se requieren para convertir la crisis que vivimos en una oportunidad.