Se ha instalado el debate sobre el presente y futuro de la centroizquierda como coalición.
La forma como se dialogue tiene particular importancia, puesto que nunca ha sido fácil adaptar un conglomerado a un tiempo que se caracteriza por el cambio. No solo estamos pasando de una coyuntura a otra, sino que estamos transitando de una época a otra.
En efecto, uno de los factores que más puede influir en el debate en el que nos adentramos es, precisamente, el desconcierto frente a un escenario tan nuevo que pareciera que todos los esfuerzos desarrollados hasta ahora por parte de la Concertación para adaptarse, han caído en el vacío.
No cabe duda que la mayor parte de los líderes opositores se ven a sí mismos reflejados en el espejo de las encuestas, que se muestran sumamente críticas ante ellos.
De ahí hay quienes llegan a la conclusión de que no se puede ganar representando un porcentaje tan exiguo de la población y, para decirlo en una palabra, hay que “ir a buscar fuera”. Se cree constatar una crisis que algunos se apresuran a considerar como terminal.
Se tiene la sensación de que se representa poco, se tiene un reducido prestigio y que lo que se tenía ya se agotó.
Alternativamente, los actores sociales parecen llenos de energía, prestigiados y en sintonía con las demandas del grueso de la población. Habría, pues, que imitarlos y seguirlos.
Este punto de partida, tan autocrático y tan sin matices, está produciendo una falla en la visión política.
Tal pareciera que lo único que tienen los partidos que mostrar son fallas, y todo lo bueno que se puede encontrar está fuera de ellos, o lo tienen otros partidos que están más allá de los límites de la coalición.
Para una mirada más realista de la situación actual de la centroizquierda, habría que decir que no es sinónimo el apoyo que se verifica en las encuestas con la intención de voto.
La derecha tiene en los sondeos de opinión poco más del veinte por ciento y, en este sector nadie comete la tontería de creer que eso es lo que obtendrá en cualquiera de las elecciones que nos esperan.
Que la mayor parte de la gente estime que los partidos políticos no están respondiendo a sus expectativas (y es obligatorio que lo hagan), y que está disconforme con el cómo está funcionando nuestro sistema político, no evita que -a la hora de decidir en las urnas- escoja entre las alternativas que existan.
Y esas alternativas ni se improvisan, ni se inventan de un día para otro.
Lo cierto es que no hay ningún actor alternativo a la Concertación que se esté fortaleciendo. De existir ya se habría manifestado. Pero la centroizquierda es más fácil de criticar que de reemplazar.
Puede que los ciudadanos estén siendo más realistas que los dirigentes políticos.
Parecieran estar haciendo un llamado a rectificar y perfeccionar, no a desmantelar lo que se tiene. De otro modo no se entenderían las reacciones ante cualquier insinuación de que la Concertación se pudiera dividir.
El prestigio de los partidos no ha de ser lo primero que se modifique, sino lo último, luego de un cambio de conducta perceptible y sostenida. Recuperar confianza pública es un proceso que se logra a pulso y a fuerza de perseverancia.
Por eso cualquiera que ingrese al difícil campo de la política pasará por las mismas pruebas y desafíos, sin importar que, en otras áreas, haya tenido un buen desempeño.
Los partidos han de renovarse. Quien no lo haga, va a desaparecer como actor significativo en esta etapa. Es más, es posible que el declive de algunas organizaciones políticas ya se haya iniciado para todas aquellas que no están implementando desde ahora su proceso de puesta al día.
Lo que se ve de los partidos es su imagen más consolidada y sus procesos más típicos.
Puede que una amplia mayoría ciudadana tenga toda la razón de sentirse alejada y sin conexión con el funcionamiento tradicional de estas organizaciones.
Quien esté trabajando activamente en el recambio sabe esto con anterioridad, y se ha preparado para que lo nuevo aflore, se proyecte y se consolide.
Por eso se equivocan quienes juzgan que todo lo que ven de los partidos, es todo lo que tienen.
Son muchos los que trabajan día a día por mejorar la calidad de la política que se practica en su partido. Quienes se concentran en poner etiquetas, se llevarán una sorpresa cuando todo esto fructifique.
Sin más alternativas que cambiar para mejor, no hay quien se pueda oponer a “ampliar” la Concertación, ya que lo que tenemos “es insuficiente”. El conformismo no es camino y la rutina no es respuesta.
Sin duda hay que hacerse cargo de los déficits. Lo que no hay que olvidar es que hay formas mejores y peores de intentarlo, procedimientos más o menos responsables que emplear, caminos más o menos conducentes que recorrer.
Aunque las formas empleadas no siempre son lo más importante en política, las buenas maneras suelen facilitar mucho el diálogo.
Sin duda los presidentes de partidos, que caben cómodamente en un ascensor y que pueden tomar un mismo taxi colectivo cuando quieran, pueden encontrar mejores formas para darse a entender que enviarse mensajes por los diarios.
Declarar que se quiere llegar a tener una mejor coalición no es incompatible con valorar lo que se tiene ahora, cumplir con los compromisos asumidos ante los ciudadanos (implementar las primarias, por ejemplo) y ejercer un contrapeso coordinado en el parlamento. Renovarse es una tarea más, importante por cierto, pero no lo único que hay que hacer.
Por cierto, el que invita a otros a sumarse a un esfuerzo común, puede hacerse cargo de invitar, pero no de la respuesta que los otros deben dar. Y hay que estar preparados para todo tipo de respuestas, a menos que se cultive la ingenuidad como una virtud.
A estas alturas se hace una necesidad congregar a la oposición para intercambiar puntos de vista, ampliar coincidencias, llegar a entendimientos, a lo menos parciales. Pero no se le puede pedir a quien acepte dialogar que, por necesidad, deba hacerse parte de una misma alianza política.
Una cosa es un foro opositor y otra distinta es respaldar un proyecto político y conformar un pacto capaz de sustentar un próximo gobierno.
Lo primero es una instancia amplia, un punto de convergencia, un proceso gradual de confluencia y debate; lo segundo es un conglomerado –en este caso- de centroizquierda.
Ambas cosas son necesarias, pero son distintas.
Lo que ahora se ha de terminar por definir son los grados de acercamiento entre partidos.
Al final, quienes ratifiquen la voluntad de tener una cercanía mayor, son quienes darán continuidad a la Concertación.
Otros se conformaran con un grado de entendimiento más libre. También habrá quienes se contenten con mantener la unidad de propósitos opositora que permita derrotar a la derecha.
En cualquier caso, el ordenamiento será mayor después de definidas las respectivas posiciones. Cada cual sabrá a qué atenerse. No se partirá de supuestos, sino de compromisos. Se tendrán más resoluciones y menos ambigüedades.
Puede que reformular la Concertación no será la panacea.
Sigue siendo cierto que modificar comportamientos colectivos será siempre más importante que agregar siglas. Puede que, hasta el momento, los procedimientos empleados no hayan sido los más pulcros, pero, al final, se habrá dado un paso valioso.