Lucrar es sacar provecho o beneficio de algo. Se dice hoy en todas partes: no lucrar con la educación.
Para variar, la palabra está mal usada, pues lo que quieren decir es que no se debe sacar provecho económico, dinero en particular, de los excedentes que dejen las instituciones educacionales.
¿Por qué? Tal vez porque existe la idea en la sociedad de que el lucro no es un buen fin, debido a que la experiencia en Chile es la del acaparamiento de fortunas o concentración de la riqueza, donde los ricos se hacen cada vez más ricos, empobreciendo a los sectores medios, pues los más pobres reciben subsidios estatales o aportes de los grupos filantrópicos, entendiendo por tales los religiosos o de otro tipo.
Aunque, si queremos ser estrictos con las palabras, tendríamos que sostener que los beneficios espirituales también son “provecho” para quienes su interés es tener más adherentes o convertir a su religión a mayor cantidad de personas o lograr fama personal o cualquier otro bien que, aunque no reporte directas utilidades económicas, genera beneficios.
Lo que parece perturbar es el lucro en dinero como finalidad directa y principal de una acción, que se viste con otros argumentos o valores.
Es curioso, pero ese discurso se repite como si acaso la sociedad que se ha construido no tuviera por doctrina central la del mercado. Una especie de culpa derivada probablemente de las tradiciones hispano – católicas.
Hubo un momento en Chile en que la austeridad era un mérito, aunque en estas últimas décadas parece ser signo de mediocridad.
El lucro sólo molesta en la educación. Nadie objeta que se lucre con los dineros del Estado cuando se habla de otros negocios, como los caminos, los papeles, los muebles, los libros, las máquinas, todo provisto por particulares que lucran en dinero con lo que el Estado les paga al comprar.
Es decir, el Estado puede comprar de todo, incluso armas y bombas, menos educación, aunque ella parezca tan necesaria para la mayoría de los chilenos.
Si alguien vende un producto de calidad y gana la licitación correspondiente, ¿por qué razón le estaría prohibido recibir beneficios de su esfuerzo organizativo y eventualmente económico (capacidad empresarial)?
Es decir, si alguien tiene esas capacidades empresariales, es profesor o le gusta la enseñanza, mantiene ideas sobre el qué y el cómo enseñar, tiene una filosofía o modo de pensar que lo respalda, ¿por qué no podría beneficiarse económicamente para llevar una vida digna o algo más?
Con ello, sólo podrán tener espacio legítimo los que están movidos por ideologías y religiones, pero que no quieren siquiera recibir un sueldo.
Porque debe saberse que si se constituye una persona jurídica sin fines de lucro (Corporación o fundación u otra), sus socios o fundadores NO PUEDEN RECIBIR DINERO NI BENEFICIO PECUNIARIO ALGUNO.
Eso significa que si un grupo de profesores, llenos de la mejor inspiración, forman una corporación para hacer un colegio, no podrían trabajar en él, ya que ese sueldo sería un beneficio, que la propia ley prohíbe a los socios de las corporaciones.
Este enfoque nos permite entender que los partidos de derecha y las confesiones religiosas se hayan involucrado en la formación de universidades, pues han comprendido que para la sociedad, incluidos los sectores que se dicen de izquierda, no importa que la educación se instrumentalice al servicio de una ideología y se violente la libertad de pensamiento y el pluralismo, que a algunos nos parecen valores más significativos. Lo que importa es que los fundadores no ganen dinero.
En verdad descubro demasiadas contradicciones en esta obsesión con el lucro, las que finalmente conducen a que los poderosos y ricos puedan instalar lo que quieran, pues ellos ganan dinero con otros negocios que los financiamos toda la sociedad incluido el Estado.
Salvo que el argumento sea: no al lucro en desmedro de la calidad institucional; no al lucro privado en contra de los intereses de los trabajadores de las instituciones que deben tener sueldos dignos; no al lucro que significa no invertir en bibliotecas, laboratorios, salas adecuadas, equipamiento; no al lucro que traiga como consecuencia esquilmar a los estudiantes e impedir que las personas de menos recursos accedan a la educación.
Y todo esto sucede hoy en algunas instituciones.
A eso hay que ponerle fin.
Entonces no hay que equivocar el objetivo del discurso y las medidas a tomar.
Y tomar resguardos para que eso se cumpla, al mismo tiempo de ocuparse de que se garanticen los verdaderos valores de libertad, pluralismo, calidad, respeto por la persona al interior de las instituciones.