Somos muchos los que tenemos una deuda moral y política con María Maluenda. Ella fue una artista de singular talento y una mujer comprometida con su país, firme en sus convicciones y coherente en su actuar.
Sufrió como pocos por su empeño por la libertad. Se transformó en un símbolo de coraje y dolor, siempre vestida de negro.
Mucho le debe haber costado abandonar el Partido Comunista cuando equivocó el rumbo.
Había sido una militante de toda la vida y era una de sus voceras durante los años de dictadura. Pero comprendió que el camino para salir de la dictadura pasaba por inscribirse en los registros electorales y vencer en el plebiscito. Pasó a integrar el PPD y jugó un papel fundamental en aquella lucha.
No puedo olvidar su actitud digna y valiente el día de la transmisión del mando, cuando quiénes éramos nuevos diputados vivíamos momentos particularmente tensos y promisorios.
A ella le tocó inaugurar la sesión de la Cámara por ser la parlamentaria más antigua, e inmediatamente en la mente de muchos se estableció un paralelo con la Pasionaria que también cumplió un papel análogo al inaugurar las nuevas Cortes en la España después de Franco.
Subió a la testera, vestida de luto con su pelo blanco albo, tocó la campanilla, nos pusimos de pie y, entonces, tomó la palabra y saliéndose del protocolo, abrió la sesión recordando el degollamiento de su hijo José Manuel Parada, asesinato traído en estos días al recuerdo por dos programas de televisión, uno especial en Chilevisión y un episodio de Los Archivos del Cardenal de TVN. No volaba una mosca y la atmósfera se cargó de solemnidad: terminaba una etapa y María Maluenda abría las puertas a la democracia.
Trabajó incansablemente en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados creada cuando me tocó ser Presidente de esa Corporación.
Como no había una comisión que se ocupara de ese tema en el Parlamento Latinoamericano, colaboré con ella en la creación de una Comisión especial de los Parlamentos de América Latina y el Caribe, que ella presidió y que tuvo un papel relevante en el trabajo por el respeto y la promoción de los derechos fundamentales en toda la región.
Cuando se retiró del Congreso, me pidió que la sustituyera en esa responsabilidad. Puedo dar testimonio del cariño y respeto con que su figura era considerada en todos los países que integraban esa comisión.
Pero junto con encarnar la voluntad de verdad y justicia por las violaciones a los derechos humanos, María Maluenda fue también un elemento de reencuentro cívico con su ejemplar comportamiento como diputada por Conchalí, y un factor de unidad de la naciente Concertación.
Quedé por siempre agradecido por su presencia, sobreponiéndose a sus dificultades físicas, en un acto que se organizó al término de mis funciones parlamentarias.
En una transición política tan compleja, ella fue nuestra conciencia moral y política. Nunca perdió el rumbo en la defensa de valores y principios, pero siempre supo de las dificultades de la transición.
Hoy, cuando el país ha adherido a los principales tratados internacionales sobre derechos humanos y se han creado el Instituto de los Derechos Humanos y el Museo de la Memoria, cuando acaba de terminar la Comisión Valech 2 y los Tribunales de Justicia desde hace ya años han dejado de aplicar la amnistía, podemos decir que sus afanes no fueron en vano.
Por eso son incontables los que la despedimos agradecidos. Su figura nos acompañará siempre: ¡cómo olvidarla!