En diferentes casos y momentos históricos la ironía en la política ha jugado un interesante papel.
Basta recordar las frases de Luis XIV, de Napoleón, de Porfirio Díaz, de Churchill o Stalin.
El asunto es que estamos en Chile y los “ironistas” criollos no le achuntan.
En el clima político que se está viviendo en Chile, se suele escuchar frases cargadas de ironía o apelaciones a aforismos y lugares comunes, en donde la guaripola la lleva el Presidente Piñera.
Este diapasón irónico dirigido por el Presidente, en un régimen fuertemente presidencialista, lleva a que otros actores del sistema le sigan el amén. Sus amigos e incondicionales parlamentarios como Lily Pérez o Iván Moreira se sacan el premio.
En esto han picado conspicuos dirigentes de la Concertación. Basta leer los dichos de Pepe Auth o también de Osvaldo Andrade, presidente del PS.
El problema es que aquel posa de intrascendente cómico con sombrero, pero éste es Presidente de un partido dicen que importante.
Sus declaraciones no resultan ni simpáticas, ni oportunas ni menos atinadas, como tampoco es atinada la estupidez antijudía de Gajardo.
Qué decir de la competencia verborreica que ha declarado Ignacio Walker con S.P. o la cara siempre enrabiada de J.A.G. (radical, masón y ¿tolerante?)
En el momento actual hay que ponerse serios sobre todo en la oposición porque la liviandad e ignorancia del “savoir faire” político del Gobierno le llevará a cometer constantes errores.
Hay que dejar las tonteras y superficiales actos a la gente de gobierno, para lo cual tienen ejemplares magníficos, partiendo por el principal, con el acompañamiento de los Larraínes, Carlos y Hernán, que las exponen con una solemnidad verdaderamente profunda. Hasta ponen cara de recién comulgados cuando hablan.
La ironía en el momento político que vivimos no sirve, porque esconde la IMPERICIA DE TODOS LOS ACTORES que están en el escenario del proceso socio-político que estamos viviendo.
Veamos. Impericia del gobierno que no logra comprender lo que está en el fondo de lo que pasa; de los parlamentarios que no logran convencer a nadie del rol que podrían jugar; de los dirigentes de los partidos políticos que no atinan a proponer caminos viables y razonables, pues temen que sean rechazados por el “movimiento”; de los dirigentes estudiantiles que a veces parecen no comprender en el brete que se metieron.
Las consignas o demandas del movimiento tienen un sabor maximalista.
Se pide una nueva constitución ya. Convertir la educación en un sistema público nacional y gratuito, AHORA. La nacionalización del cobre o una reforma tributaria, etc., etc. Y se agrega: si no nos conceden lo que pedimos el movimiento no se baja.
Pero la adhesión al movimiento tiene una explicación harto más simple y concreta que las demandas exigidas.
La gente que sale por miles a la calle con los estudiantes, son los endeudados. El asunto es concreto.
En Chile se trata de un movimiento de las clases medias que tienen deudas: desde las tarjetas de bancos y casas comerciales, pasando por los cheques o letras firmadas para pagar la educación; a lo que hay que agregar el dividendo en UF de la vivienda adquirida y la cuota del auto; los remedios para la suegra con tarjeta de la cadena farmacéutica y para más remate, el parte empadronado.
Bueno, naturalmente, con un sueldo que no aguanta tales deudas y para colmo un millón de personas estafadas por La Polar de las cuales la mitad están con deudas por la educación, la cosa es peluda.
Los prestadores de toda esa plata y el ministro de hacienda declaran que nadie obligó a la gente a firmar los pagarés.
No hay que darle vueltas teóricas y sofisticadas para explicar el malestar.
Eso se lo dejaría a sesudos sociólogos y politicólogos.
Se trata de las deudas y punto. Es el movimiento de los endeudados y acogotados por el sistema ¿Cuál sistema me dijo?