Como todos sabemos, Pablo Longueira ha dicho que sostiene contactos directos con su ídolo, el fallecido ideólogo de la dictadura Jaime Guzmán, y que desde esa imaginaria distancia que llaman “el más allá”, su maestro le aconseja en política.
Por sobre las sonrisas burlonas o las apreciaciones médicas que tales contactos del líder de la UDI provoquen, lo cierto es que es lo que él ha dicho.
Porque en efecto al entregar su opinión respecto de la mayoritaria exigencia nacional de realizar un plebiscito para que la sociedad chilena defina sus problemas centrales como son los de la educación pública, la reforma tributaria y una nueva Constitución, don Pablo espetó con fuerza: “No soy partidario de los plebiscitos porque creo en la democracia” al tiempo que las emprendía contra los regímenes de Cuba y Venezuela, asegurando que allí se gobierna sobre la base de esa forma de consulta directa al pueblo, lo que al ministro le parece sumamente “antidemocrático”.
El problema es que, como todos sabemos – menos él según parece – Jaime Guzmán, uno de los padres principales de la Constitución autoritaria del 80 que nos rige, era al menos en apariencia, un partidario entusiasta del plebiscito.
Tanto así que ya en los primeros artículos de ese texto se sostiene que la soberanía radica en el pueblo el cual la ejerce a través del plebiscito y las elecciones.
Aunque también es cierto que en la letra chica de las disposiciones finales de esa Constitución se reduce el espíritu plebiscitario sólo a un mecanismo para dirimir diferencias entre Ejecutivo y Legislativo a propósito de las reformas constitucionales.
Pero hay plebiscito en la propuesta de Guzmán y, es más, esa propia Carta Magna fue aprobada a través de este mecanismo, aunque se haya tratado de un acto fraudulento, manipulado por la dictadura.
Queda pues claro que Longueira se levanta hoy contra su propio maestro. Todo para oponerse a la consulta democrática. No es el único. El plebiscito ha sido rechazado no sólo por la derecha. Le acompañan unos pocos personeros del sector más conservador de la DC.
Se advierte distintos grados de confusión y desconcierto en los actuales gobernantes y en otros dirigentes políticos que no terminan de entender lo que sucede en el Chile de hoy.
Algunos van más lejos en su rechazo a los cambios. Es el caso del alcalde de Providencia y ex colaborador de la CNI, Cristian Labbé, que califica de “endemoniada” a Camila Vallejos.
Otros han sugerido abiertamente la posibilidad de dar muerte a la brillante dirigente estudiantil. Entre los apoderados del Deutsche Schule circuló un mail amenazante que distribuyó, entre otros, el ex alcalde pinochetista Herman Chadwick, primo del presidente Piñera.
El alcalde de Santiago no encontró nada mejor que sugerir la intervención militar contra las marchas de los jóvenes y el propio primer mandatario en uno de sus desafortunados discursos intentó hacer un símil entre las manifestaciones de hoy y la situación pre golpe del 73.
Todo lo dicho es sin referirse siquiera a la brutalidad de la represión desatada por carabineros contra los jóvenes y sus métodos de infiltración y de provocadores que nos recuerdan las prácticas de las policías secretas de Pinochet y de otros Estados reconocidamente condenados por Naciones Unidas.
Puede afirmarse entonces que si en nuestro país no hay vientos de fronda, al menos hay ciertos airecitos fascistoides que deben despejarse a la brevedad para no enrarecer esta tan demorada transición que la juventud de hoy acelera.
Porque en rigor de lo que se trata es de una justa protesta que expresa un sentimiento nacional de rebeldía contra el sistema neo liberal semejante a la que se lleva adelante en otros puntos del planeta.
En Chile, esos ríos humanos que repletan calles y parques pese a la lluvia, el frío, la nieve, y los golpes policiales, han retomado y continuado la lucha contra la desigualdad impulsada por los jóvenes de los años 70 que fuera criminalmente abortada por la traición de los generales el 73.
Cualesquiera sea el resultado final de los movimientos en curso, incluido el paro nacional de la CUT, y aunque las batallas sociales no han concluido, nos parece que ya hay vencedores y vencidos.
Los primeros son las muchachas y muchachos que empiezan a abrir alamedas y los segundos son los retrógrados a ultranza que, aferrados a sus intereses, ni siquiera entienden que otro tiempo corre, un tiempo que sus relojes no marcan.
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