El pensamiento demócrata cristiano propone la organización de la sociedad política en una “comunidad de comunidades”, es decir, la construcción de una institucionalidad donde la participación activa y permanente de las personas se expresa en forma estable y permanente a través de diversos mecanismos.
Para la Democracia Cristiana – el humanismo cristiano – resulta fundamental que en el sistema político haya expresión del pueblo, aportando en el proceso de reflexión y en la toma de las decisiones más fundamentales.
Por ello un demócrata cristiano debe reflexionar constantemente acerca de cómo se debe mejorar la participación del pueblo en la política, buscando mecanismos para hacer más democrático el sistema institucional e impulsando las modificaciones que sean necesarias para tal objetivo.
Las formas más tradicionales que ha propuesto la visión humanista cristiana son la organización popular en pequeñas comunidades, el fortalecimiento de los municipios con instancias de participación, el apoyo a las organizaciones de base en todas las áreas del quehacer social, la participación electoral, los sistemas representativos y proporcionales de elección de las autoridades, la revocación popular de los mandatos, la iniciativa popular de ley y, para la resolución de conflictos, el plebiscito.
Cuando escucho y leo las declaraciones del Presidente de la Democracia Cristiana refiriéndose a que él prefiere la “democracia de instituciones” y equipara los mecanismos participativos al populismo o las dictaduras, no sólo revela ignorancia, sino que deja de manifiesto su posición conservadora, su adhesión al régimen creado por el pinochetismo y su radical alejamiento del pensamiento y la doctrina del partido que preside, ya evidente cuando se declara partidario del capitalismo.
El pueblo debe ser citado a dirimir conflictos y para que eso sea posible debe generarse una reforma constitucional.
Pero, dadas las actuales condiciones de debilidad democrática y la real crisis de representatividad, es necesario ser audaz y resuelto, actuando con la conciencia de que estamos frente a un delicado pie de la política.
Si continuamos con millones de jóvenes (y no tan jóvenes también) fuera del sistema electoral, con políticos constituidos en “clase” administrando espacios restringidos y acumulando el poder, podremos vivir una situación gravísima de ruptura democrática y eso sí abrirá espacios al populismo o las dictaduras.
Se me ocurre proponer que se tomen medidas inmediatas de reformar algunos aspectos de la actual Constitución y que paralelamente a ello se convoque a una asamblea constituyente con amplia participación popular. Pero, como tal evento debe ser de los ciudadanos, deberá hacerse una masiva campaña de inscripción electoral, mientras se inicia el proceso de discusión a todo nivel.
Un llamamiento urgente para que en las bases sociales, las organizaciones funcionales y territoriales, las juntas de vecinos y los sindicatos, se inicie una discusión sobre propuestas constitucionales, que después serán recogidas por los asambleístas que sea elegidos (y que por cierto no representarán a los partidos), discutidas junto con las demás que surjan para dar forma a una nueva institucionalidad.
Nada de esto es breve ni fácil, pero aun la marcha más larga se inicia con el primer paso.
Espero que la Democracia Cristiana sea fiel a su doctrina fundamental y no se deje arrastrar por las lamentables conductas de su presidente.
De lo contrario, tendrá tiempo de lamentarse de no haber hecho por Chile lo que su pueblo le pide.