Dice el refrán popular que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Y cualquier buena intención que se haya tenido respecto de la actividad del pasado 15 de agosto, en la que a pequeños de no más de seis años se les disfraza de ex – presidentes, personajes históricos, héroes, santos, santas y dictador incluido me provoca reflexiones varias.
Si la intención era sugerir la necesidad de unirnos en las diferentes visiones que alberga el país y como resultado llamar a la unidad nacional, el gesto solo me recuerda a los vanos y superficiales intentos de la urgente necesidad de “verse bien para la foto”.
El país esta movilizado. Estudiantes, profesores, trabajadores, medioambientalistas están interpelando a las instituciones en un reclamo generalizado para que los cambios sean serios y profundos.
Las ciudadanas y ciudadanos del país están exigiendo que de una vez se termine con los años de barrer la suciedad bajo la alfombra y de acuerdos que solo llevaron a cambios cosméticos. Las ciudadanas y ciudadanos tienen derecho a transformaciones profundas.
Si la intención pedagógica era crear conciencia sobre la importancia de respetar la diversidad ideológica del territorio nacional encarnándola en la figura de nuestras y nuestros pequeñas y pequeños, me pregunto mientras asisto desde lo que me queda de capacidad de asombro, si soy la única que siente que hay algo de abuso cuando se realiza una actividad con niños sin ninguna capacidad por su corta edad de entender a que se están exponiendo o representando.
En una suerte de “cambalache” que mezcla a Santa Teresita de los Andes con O´Higgins, a Lautaro con Carrera, al padre Hurtado con Arturo Prat ¿Puede un niño procesar la mofa y “ponerse más constructivo”?
¿Podemos en nombre de “reconocer la historia” vestir a un niño con el uniforme del dictador esperando que el gesto conlleve a más unidad nacional?
Son tiempos de planteos graves. Hay miles de ciudadanos en la calle que esperan ser tratados con la misma seriedad que sortean en su diario vivir.
Entonces los gestos livianos, las salidas comunicacionales fáciles, se asemejan más a una trivialización sistemática de la realidad en donde todos los que están en desacuerdo o son opositores, casi porque sí, o seguramente son de la concertación o derechamente tachados de comunistas, como si los ciudadanos comunes aun creamos aquello de que se comen las guaguas.
Los insultos más graves que se profieren no son necesariamente a las condiciones sino a la inteligencia.
Y resulta un insulto a la inteligencia, sea cual haya sido la intención, interpelarnos a partir de la imagen de un grupo de encantadores pequeños, sin que nos quede claro el propósito o la relación del día del niño con esta suerte de intento de reconciliación nacional disfrazado.
La dinámica social en el país hoy no responde necesariamente a una ideología política.
Es a todas luces contraria al modelo socio-económico que privilegió casi toda la clase política, ya sea por convicción, conveniencia o impotencia bailando el baile de los dueños de la orquesta.
Sobran los intentos reduccionistas de enmarcarnos en una fotografía en la que sea “políticamente correcto” mostrar al dictador abrazando al Presidente Allende y mucho menos si el intento se disfraza pedagógico o ejemplarizante.
No al menos mientras aun existan quienes se atrevan a sugerir que las fuerzas armadas salgan el 11 de Septiembre a la calle.
No al menos mientras vivamos en un país que no garantiza los derechos mínimos a sus trabajadores y estudiantes.