La aseveración de Carlos Larraín, al inaugurar el Consejo Nacional del RN, de que los cientos de miles de jóvenes y de chilenos en general que se han movilizado en estas semanas serían “una manga de inútiles subversivos” no solo revela el profundo desprecio a los ciudadanos de esta rancia Aristocracia patricia, a la cual pertenece Larraín (no olvidemos que él trató de plebeyos pipiolos a sus opositores internos), sino la incomprensión absoluta de la derecha del sentido de las protestas y de los fenómenos complejos que cursan en nuestras sociedades del siglo XXl.
Esto sería una anécdota si Carlos Larraín fuera un simple aristócrata un poco desubicado de época.
Sin embargo, él es el Presidente del Partido del Presidente Piñera y sus palabras tienen un significado político evidente cuando uno piensa que en este partido militan nada menos que el Jefe del Estado, el ministro del Interior, el ministro de Defensa y otras autoridades muy importantes del país y que él mismo ha entrado en el Senado de la República; es decir a un importante cargo de representación parlamentaria, sin ser elegido más que por la mesa de su propio partido.
¿Cómo pretende Sebastian Piñera invocar el diálogo si los interlocutores reales, que son jóvenes que por decenas de miles están en calles luchando por una educación de mayor equidad y calidad, son considerados por el jefe de su partido como unos “inútiles subversivos”?
No hay que ser muy agudos para darse cuenta que con sus palabras Carlos Larraín, que además habla de las protestas como de una “guerra” de día y de noche contra el gobierno, está diezmando toda credibilidad al propio Presidente de la República para ser visto, especialmente por la nueva generación, como alguien que posee la dignidad y la autoridad suficiente como para abrir una conversación sobre los grandes temas que cruzan a la sociedad chilena.
Es decir, Carlos Larraín, bloquea el diálogo entre su gobierno y la sociedad civil mayoritariamente descontenta con el accionar del gobierno.
Por tanto, el primer damnificado político con las expresiones de Carlos Larraín es el Presidente de la República quien no despierta por sí mismo, de acuerdo a las encuestas, un grado suficiente de credibilidad y confianza en la opinión pública y al cual ahora el Consejo Nacional de su partido le hace un regalo envenenado por la irracionalidad que no dejará de profundizar ese sentimiento de separación y lejanía que el mandatario ya tiene con los chilenos.
Sin embargo, la conclusión de fondo, es que las palabras de Carlos Larraín denotan lo peligroso que resulta para la democracia chilena el ser gobernados por políticos que desprecian a su propia ciudadanía y que culturalmente aparecen como incapaces de leer bien y comprender el significado de las protestas que convulsionan al país.
Peligroso para la democracia, porque si un gobierno llegara a la conclusión de Carlos Larraín de que centenares de miles de jóvenes que luchan por una educación mejor, que miles de ciudadanos que exigen vivir en un ambiente sano y se oponen a las represas en Aysén o quienes se manifiestan por derechos para las parejas de un mismo sexo o por los derechos de los pueblos originarios, o las capas medias que espontáneamente expresaron su descontento en un enorme caceroleo, son una “manga de inútiles subversivos” a ellos no solo se les cierra la puerta al diálogo sino además se les debiera aplicar los métodos represivos que todo estado consagra contra la subversión.
¿Es esto lo que invoca Carlos Larraín al acusar de subversivos a una parte consistente de la sociedad chilena descontenta?
Si fuera así, y tomáramos en serio y de manera rigurosa las palabras del Presidente del partido del Presidente Piñera, el país estaría entrando en una situación pre-dictatorial de extrema gravedad.
Sin embargo, mi conclusión es más bien que las palabras de Carlos Larraín demuestran la incapacidad para comprender lo que vivimos y una lejanía total con los sentimientos de la sociedad chilena.
A Carlos Larraín y los suyos les resulta incomprensible que los estudiantes y sus familias, los docentes y la mayoría de los chilenos cuestionen un modelo, instalado por la dictadura de Pinochet, que estableció la mercantilización de la educación y destruyó la educación pública.
Como ha dicho el propio Presidente Piñera la educación es mercado y éste se basa en la inversión y en el logro de utilidades; en la educación básica y media a través de los sostenedores, y en la educación superior a través de las inmobiliarias y de miles de otros subterfugios a través de los cuales se ha burlado la ley y se han construido grandes imperios educacionales.
A la derecha, y sobre todo a este gobierno de empresarios y gerentes, le es difícil gobernar porque su imagen, su “marketing”, está intrínsicamente ligada a los negocios, a un mundo que a la mayoría de los chilenos les despierta desconfianza porque son víctimas del engaño, de la letra chica, de los abusos que a diario se cometen por parte de las grandes empresas y entidades financieras del país.
Pero les es aún más difícil porque no logran entender a la sociedad digital, donde los ciudadanos tienen sus propias maneras de comunicar horizontalmente, de muchos a muchos; ha surgido una nueva ciudadanía que reclama sus propios espacios, que no está dispuesta a entregar su representación a las formas tradicionales de mediación institucional, que quiere tener voz propia en las decisiones, que no canalizan su subjetividad a través de una política convertida cada vez más en ejercicio de unos pocos y en razón de estado.
A esta ciudadanía le da lo mismo que “El Mercurio mienta” -denuncia que tanto nos importara a los estudiantes de hace algunos decenios donde la voz de este diario era el emblema del dominio de las comunicaciones-, porque dispone de medios digitales alternativos para contar su verdad y autoconvocarse.
Lo que Carlos Larraín no logra entender es que la democracia en sí misma es subversiva y que cada cierto tiempo el “topo” de la historia vuelve a revolucionar sus principios, sus valores, sus dignidades y ese proceso es el que hoy instala una nueva ciudadanía que en nuestro caso se expresa a través del reclamo magnífico de estos jóvenes que piden, a una clase política en la cual poco creen, que la educación sea más igualitaria, que haya una reforma tributaria para financiar la educación pública, que anhelan una Constitución legítima que los incluya y cree nuevos espacios de participación y democracia.
Los chilenos debiéramos estar orgullosos de esta juventud viva, rebelde, que quiere un rol en el futuro de Chile.
Carlos Larraín está, lo desnudan sus propias palabras, fuera de la historia. Sobre todo de ésta que quieren construir estos jóvenes 2.0.