Hasta este momento parecía que era posible separar los destinos del gobierno de Piñera de aquel que tuvieran los partidos de derecha. En el oficialismo se tenía la convicción que un mal desempeño de la actual administración en el poder no tenía por qué afectar la representación partidaria en los municipios y en el parlamento.
Aun suponiendo que al gobierno le fuera mal (que es lo que a todas luces está pasando), la fuente de poder de la derecha (un sólido cuarenta por ciento de los votos) estaba intacto.
Pero lo que no estaba considerado en los análisis, era que los partidos fueran afectados por la experiencia de administrar el poder.
De hecho es posible que los partidos de derecha estén experimentado un deterioro creciente que no estaba en los libros de nadie y que puede tener todo tipo de efectos. En la Alianza se está recurriendo con demasiada frecuencia a la reserva de confianza mutua y a la disciplina interna acumulada en mucho tiempo.
A parte de los conflictos que están desgastando a los partidos interiormente, es bien posible que el punto de fricción más importante –en la relación con el gobierno- esté pasando de la UDI a RN. Esto porque la situación ha quedado bastante desbalanceada entre estas colectividades a raíz del cambio de gabinete.
Renovación Nacional no puede dejar de observar que el más probable candidato presidencial de la UDI (Golborne) ha quedado en el gabinete, que su jefe de campaña es su colega (Longueira) y que el vocero político de la UDI es vocero de gobierno a secas (Chadwick). Es decir, que lo que ha entrado al gabinete es la plana mayor de una campaña.
En ellos predominará el rol político y la agenda sectorial que tenga directa vinculación con este rol.
Al frente (o más bien al lado) no hay nada parecido. El ministro del interior, el mejor posicionado de RN, no es un hombre de mentalidad partidaria, sino un fiel seguidor del presidente y el mismo presidente no ha ganado nunca un premio al mejor compañero.
Más lejos está Allamand pero pronto se descubrirá que, desde Defensa, es poco lo que puede hacer para aportar a un trabajo de equipo.
Como se ve, no hay equilibrio. Esta desazón en RN está produciendo todo tipo de efectos desordenados. Sentir un vacío de poder o de representación no es buen consejero.
Por eso hemos visto a la senadora Lily Pérez dando a conocer que no tendría problemas en aceptar una candidatura presidencial que no se le ha ofrecido, y a Manuel José Ossandón poniendo tales condiciones para asumir la intendencia de la Región Metropolitana que logró abortar una buena posibilidad de serlo.
La sensación que da Renovación Nacional es la de un partido en el gobierno que no gobierna. Al menos, que no se hace sentir el peso de ser una colectividad, con comportamiento de tal e intereses reconocibles.
En el fondo, en RN están teniendo reacciones individuales, mientras que su socio gremialista (con muchos problemas y sin ser la sombra de lo que fue) sigue todavía trabajando como equipo.
Pero nadie lo está haciendo demasiado bien en la derecha. Hay una falta de sentido republicano y de modales cívicos que abruma.
La visita de Dittborn a La Moneda es muy ejemplarizadora. En ese momento el ex diputado estaba siendo sondeado en reserva como subsecretario de Hacienda. A la salida de la reunión no tuvo problemas en comentar que estaba “punteando” en la lista de aspirantes.
Una falta de decoro pocas veces vista. En la derecha cada cual es vocero de sí mismo, y la idea de esperar a que la autoridad de gobierno decida, no termina de entrarles en la cabeza.
Ahora, Dittborn es subsecretario de Hacienda.
En otros tiempos, comentarios tan deportivos lo hubieran descartado como reemplazo de una posición de primera línea en el Ejecutivo, ahora el desatino no tiene costo y el nivel de tolerancia a los errores es de lo más amplio.
Por otra parte, es posible que la UDI haya abierto una caja de Pandora en su propia casa con el tema del reemplazo de los senadores. Ahora se ha visto al gremialismo dar espectáculo. La idea de guardar la compostura no ha encontrado muchos cultores en su interior.
Tal parece que nadie en la derecha está considerando el efecto acumulado de las decisiones que llevan al salvataje del gobierno desde el parlamento y desde los partidos. Es como si la cuenta nunca fuera a ser cobrada. Se actúa sobre la base de una impunidad ficticia.
Por último pudiera considerarse que todo el costo a pagar está bien gastado puesto que está significando un claro repunte del oficialismo. Pero hasta ahora nada de eso se ha podido constatar. Y aun cuando es casi imposible seguir bajando en las encuestas, lo cierto es que el gobierno está movilizándose más en dirección a detener la baja que terminar con una buena evaluación.
La posibilidad de terminar bien este gobierno se ha ido alejando del discurso público incluso de sus adherentes más reconocidos.
El desaliento de sus partidarios es la constatación más evidente que se puede hacer por parte de cualquier observador. De allí que la formula parezca ser el concentrarse en el control de daños de lo que hay, y en preparar su reemplazo a partir de figuras que no tengan las notables deficiencias y carencias mostradas por Piñera en el ejercicio del poder.
Ciertamente el deterioro de los partidos oficialistas no es todavía electoral, es ante todo político y se constata en las relaciones al interior de la coalición que conforman.
Pero del desgaste de las relaciones institucionales, del aumento de las diferencias internas en los partidos y del aumento de la competencia dura entre ellos no se ve cómo pueda salir algo bueno.