Se puede decir lo que se quiera del cambio de gabinete, pero lo que está fuera de dudas, es que se trata del último intento serio de rectificación. Todos los que debían estar, ya se encuentran dentro del gabinete.
Han llegado los pesos pesados. Ya no queda quién más incorporar de los que pudieran significar un aporte y son reconocidos como personalidades clave de la derecha.
Otro modo de decirlo es que se ha agotado el último cartucho. Lo que pueda pasar de aquí en adelante sonará a repetición y a vuelta en círculo.
Ahora es cuando vale la pena arriesgar un pronóstico: este cambio, en su sentido más profundo, no va a resultar.
Muchos aspectos de la administración pueden mejorar, pero eso no quita que la conducción del Estado siga siendo piramidal. El problema de gobierno está radicado en la única persona que no puede cambiar y que, no obstante, regenera las dificultades: en el presidente.
El remedio no alcanza para tanto. En un régimen presidencial, cuando fallan los ministros se cambia a los ministros, cuando falla el presidente se cambia… a los ministros.
El gobierno está tratando de instalar la idea de que se ha pasado a un segundo tiempo, es decir, que luego de la instalación se ha entrado a una etapa de mayor madurez. Ha llegado el momento de las realizaciones, se nos dice.
Lo que no se menciona es que hemos llegado a la fuerza a este segundo tiempo, después de haber perdido el primer tiempo.
El cambio vino y se fue. No es que llegue un equipo a rematar lo bueno que se ha hecho hasta ahora. La misión parte mucho más modesta: se trata de recuperar el tiempo perdido y de enmendar errores.
El reemplazo de la política por la técnica fracasó y se desperdició por completo el impulso inicial, ahora hay que reparar antes de emprender y eso también con dificultades.
Cuando las nuevas figuras oficialistas traten de tomar decisiones más allá de lo que corresponde a un fiel ayudante, serán rectificados. Los intentos de dirimir a través de colaboradores no van a funcionar.
Piñera no soporta el segundo plano. Tampoco que los otros hayan tenido razón y él esté en un error. La humildad no está en su ADN. Simplemente se rebelará apenas alguien lo intente.
A pocas horas del cambio en la primera línea del Ejecutivo, ya se ha podido notar los anhelos ministeriales de dar conducción al conjunto, y la resistencia del mandatario a ver disminuida su presencia en la escena.
Longueira en La Moneda habría sido la confesión expresa de ineptitud presidencial.
Reconocer que el detractor interno había tenido siempre la razón.
Por lo demás, quienes diseñaron este ajuste en la primera línea han logrado mantener casi incólume el gabinete político en Palacio: salió la vocera (que era más ignorada que criticada), pero se quedó Hinzpeter (que era la cabeza y responsable del funcionamiento de un gabinete desgastado). Pero el costo ha sido muy alto.
Porque lo que sí ha cambiado (y con ello el escenario político se ha modificado drásticamente) es que la UDI dejó claramente establecido que no contentó ni se contentará sino con que se siga el rumbo que ella le ha fijado al gobierno. Está claro que si no le hace caso, su apoyo entusiasta se vería muy menguado. Esa presión Piñera no la pudo resistir y eso no le será fácil de olvidar.
En otras palabras, el gremialismo seguirá siendo un rebelde indispensable, más insoportable por el mismo hecho de ser indispensable.
De momento, la capacidad que tiene Sebastián Piñera de hacer declaraciones desafortunadas, dieron pábulo a que, tras la ceremonia misma de instalación de los nuevos ministros, dos de ellos tuvieran que salir rectificando la desatinada referencia a la educación como “bien de consumo”.
El nuevo vocero tuvo que hacer una interpretación libre de las palabras del presidente (lo rectificó, ni más ni menos), y el nuevo ministro de economía opinó algo distinto de su superior formal. Estas primeras señales son muy significativas para saber cómo irán las cosas en el futuro.
Lo cierto es que Piñera ha perdido poder. Su entorno más leal e incondicional se ha debilitado en influencia. La agenda política de gobierno se ha diversificado en corrientes o bando dispuestos a la disputa. El gremialismo entra al gobierno con la camiseta puesta, marcando presencia y estilo.
Lo que se puede decir es que el gobierno se va a potenciar con los nuevos integrantes del equipo ministerial, posiblemente en gestión, de todas maneras en comunicaciones y en capacidad de diálogo político. Pero es evidente que también se potencian los conflictos internos.
Están repartidos los cargos pero no las áreas de influencia, ni los pesos específicos de cada cual. Y hay algunos que quieren abarcar mucho. No es usual que un ministro informe de su incorporación al Comité Político, “a petición del presidente”. Las formas son importantes en política y esto pareció más una notificación a Piñera que una invitación del mismo.
Por lo general son los dueños de casa los que invitan, no lo invitados los que notifican de su llegada. Por eso Piñera rectificó a quienes antes lo habían rectificado a él ¡todo esto en el estreno del nuevo equipo de colaboradores!
Por eso el conflicto se ha declarado. Es al presidente al que se le está ocupando su espacio, y si este no reacciona sus colaboradores directos serán obviados de la toma de decisiones.
Puede que el diálogo con la oposición se active de buena forma, pero sin duda, al interior del gobierno, la lucha por los espacios de poder será ruda y el diálogo fraterno no será su característica más destacada.